martes, 28 de febrero de 2017

La salida.





Aquella casa alegre se había convertido en un umbral de tristeza, ella y sus dos hijos pequeños, se volvieron asustadizos y taciturnos; no se oía ni el zumbido de una mosca en la casa, sólo a veces un timbre largo y unos pasos que silenciaban junto al timbre.
Se decía que él había caído nuevamente preso, por la misma razón; nadie se atrevía a preguntarle a Diva por su marido, su rostro, todo lo decía, era la estampa de la soledad y el desasosiego.   Aquella alegría y jovialidad de su sonrisa unido al tintineo de su voz, la que nunca más entonó una canción de amor, de aquellas que se escuchaban otrora y daban una armonía celestial a esa casa, que un día había sido de sus bisabuelos, pasando a sus abuelos y luego a sus padres.
Sus padres Nereida y Evelio que sucumbieron a la retirada de sus bienes, a los que tanto habían anhelado y a los que se habían dedicado toda su vida, como homenaje a sus predecesores.
Una casa triste, llena de recuerdos de una infancia feliz, un piano que ya no tocaba , cubierto por un polvoriento mantón de Manila y una de colección de marcos con retratos y fotos de momentos gloriosos , presidido por el del casamiento de de sus padres y el de la novia de blanco que un día fue, ante el altar de la Iglesia del Carmen y de la Virgen del Carmelo, que desafiando a todas las leyes, celebraron un día de Mayo de 1970, costándole el puesto de trabajo a su esposo y padre de sus hijos, obligándolo a tomar una actitud para sobrevivir, trató de fugarse, pero no lo consiguió.  La marea estaba alta y el viento en contra, lo que los llevó a una isla que era militarmente comandada y de ahí a la celda, de la cual salió 10 años después, un 31 de diciembre.  Esperó el año en silencio con sus más allegados y luego el silencio, quedó continuo.
Dos días solamente permaneció en su casa y despareció, nunca más se supo de él. Luisrael se había marchado para siempre, solo Diva sabía de su plan.
Por eso continuó su vida con cautela, cuidó a sus hijos, hasta esa mañana de 1° de mayo del ’80, en que el medio del jolgorio y algarabía de los que habían llegado ya de la Plaza, del acostumbrado desfile, entre banderitas cubanas y sombreros de yarey, una moto del estado vino a buscarla, para llevarla junto a su amado y padre de sus hijos.  Luisrael la esperaba en una lancha, alquilada por sus familiares.   Salieron los tres juntos al encuentro de la alegría, de la felicidad que Dios promete a sus elegidos, hacia el puerto del Mariel, siguiendo la ruta hacia el Norte. 

Desvendábase entonces el misterio de la desaparición y de la agonía de Diva y Luisrael.

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