Tengo fetiche de zapatos náuticos azules; desde que los vi en una revista antigua, me
dije: estos son y serán siempre mis zapatos; un pensamiento utópico para la
Cuba de los ‘80, a sabiendas de que no
tenía a nadie que me los comprara ni me los trajera, pero surgieron en La
Habana las “tiendas de decomiso” y con ellas mi única oportunidad de
tenerlos.
Para ellas iba toda la ropa
que llegaba al aeropuerto y se tenía como sobrepeso, practica horrible, pero al
menos era una salida al cupón que nos obligaba a vestir a todos igual, por
medio de aquella libreta que fue bautizada por el pueblo como “María la O”, o
compras camisa o compras pantalón.
La tienda no
había sido inaugurada o abierta al público, por lo que al salir del trabajo a
las 5:00 para allá fui. Cuando llegué ya
había una lista que sería cantada al día siguiente a las 10:00 am y pm; me
anoté, fui el 12. Sabía a lo que me
sometía, dos veces durante tres días debía ir para no perder el turno y así lo
hice.
Ese miércoles me levanté bien temprano, llegué el
primero al museo, firmé y a las 9:30, salí corriendo para Neptuno, así lo hice
en la noche pero saliendo de casa, hasta el viernes. El gran día que sería el sábado.
Llegó el día y ahí estaban ellos flamantes, mi sueño de
consumo, combinaban con todo lo poco que tenía –si lo comparo con lo que tengo ahora- Recuerdo que le pedí el dinero prestado a mi
abuelo Alberto; eran 30 pesos, una fortuna para mis 148,00 mensuales.
Recé hasta
la hora de entrar, para que nadie los comprara, era solo un par. Cuando me tocó
mi turno, llegué al mostrador, los señalé y ni la dependienta los había visto. Me los trajo y los pude tocar, eran como un
guante, me senté encima de un cajón, ya que la tienda era improvisada, lo
primero que me sorprendió leer dentro de dicho zapato, algo como un epitafio, que
decía así: "lo que me pediste Albertico, tu Tía Ana."
Era
demasiado habían sido enviados por una tía Ana a un tocayo mío. Al leerlo, lo
lamenté porque mis tías son Eva y Dulce, no tengo ninguna tía Ana, al menos
para contentarme.
Con pena
ajena proseguí a probármelos, sentado como estaba, eran míos, pero cuando me
paré...Mamá las lágrimas se me salen…por Dios!
Qué dolor, hubiera dado todo
porque mi tocayo apareciera, pero nada,
ya era mucho pedir.
Los pagué y salí con ellos puestos de la
tienda. Los tuve todo el día puestos, para ancharlos y no lo logré. Al día siguiente
sentado en la cama me los coloqué y salí, el dolor sólo se me aliviaba al
mirármelos en los pies y caminaba feliz la Habana Vieja. Todos me los miraban y
admiraban, el sufrimiento era exclusivamente mío, así como la satisfacción.
Ellos eran
únicos y único mi dolor. A los seis
meses tuve que ir para el ortopédico, los pies estaban deformándoseme. Que
madrugadas pasé, pero yo con mis zapatos azules, hasta que un día ya pasado un
tiempo, conseguí otros ya de mi talla.

Me recordé
de esto porque miré a la zapatera y conté cuatro pares de zapatos azules todos
del mismo modelo, gastados cronológicamente pero igualmente deseados y amados.
Nota: Pueden comentar o calificar, en las casillas más abajo. Gracias.
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24/08/15.
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