sábado, 4 de febrero de 2017

Zapatos azules


Tengo fetiche de zapatos náuticos azules;  desde que los vi en una revista antigua, me dije: estos son y serán siempre mis zapatos; un pensamiento utópico para la Cuba de los ‘80,  a sabiendas de que no tenía a nadie que me los comprara ni me los trajera, pero surgieron en La Habana las “tiendas de decomiso” y con ellas mi única oportunidad de tenerlos. 




Para ellas iba toda la ropa que llegaba al aeropuerto y se tenía como sobrepeso, practica horrible, pero al menos era una salida al cupón que nos obligaba a vestir a todos igual, por medio de aquella libreta que fue bautizada por el pueblo como “María la O”, o compras camisa o compras pantalón.




Pasaba por la calle Neptuno y de pronto choco con una de estas tiendas; miro por el cristal y qué veo; fue como un espejismo, estaban ahí, eran ellos, los primeros que veía ante mí y me propuse que serían míos, no eran de cordones , como los de la revista, tenían una pieza que se pegaba al lado, pero era la idea.
 La tienda no había sido inaugurada o abierta al público, por lo que al salir del trabajo a las 5:00 para allá fui.  Cuando llegué ya había una lista que sería cantada al día siguiente a las 10:00 am y pm; me anoté, fui el 12.  Sabía a lo que me sometía, dos veces durante tres días debía ir para no perder el turno y así lo hice.
Ese miércoles me levanté bien temprano, llegué el primero al museo, firmé y a las 9:30, salí corriendo para Neptuno, así lo hice en la noche pero saliendo de casa, hasta el viernes.  El gran día que sería el sábado.
 Llegó el  día y ahí estaban ellos flamantes, mi sueño de consumo, combinaban con todo lo poco que tenía –si lo comparo con  lo que tengo ahora-  Recuerdo que le pedí el dinero prestado a mi abuelo Alberto; eran 30 pesos, una fortuna para mis 148,00 mensuales.
Recé hasta la hora de entrar, para que nadie los comprara, era solo un par. Cuando me tocó mi turno, llegué al mostrador, los señalé y ni la dependienta los había visto.  Me los trajo y los pude tocar, eran como un guante, me senté encima de un cajón, ya que la tienda era improvisada, lo primero que me sorprendió leer dentro de dicho zapato, algo como un epitafio, que decía así: "lo que me pediste Albertico, tu Tía Ana."
Era demasiado habían sido enviados por una tía Ana a un tocayo mío. Al leerlo, lo lamenté porque mis tías son Eva y Dulce, no tengo ninguna tía Ana, al menos para contentarme.
Con pena ajena proseguí a probármelos, sentado como estaba, eran míos, pero cuando me paré...Mamá las lágrimas se me salen…por Dios!  Qué dolor,  hubiera dado todo porque mi tocayo  apareciera, pero nada, ya era mucho pedir.
 Los pagué y salí con ellos puestos de la tienda. Los tuve todo el día puestos,  para ancharlos y no lo logré. Al día siguiente sentado en la cama me los coloqué y salí, el dolor sólo se me aliviaba al mirármelos en los pies y caminaba feliz la Habana Vieja. Todos me los miraban y admiraban, el sufrimiento era exclusivamente mío, así como la satisfacción.
Ellos eran únicos y único mi dolor.  A los seis meses tuve que ir para el ortopédico, los pies estaban deformándoseme. Que madrugadas pasé, pero yo con mis zapatos azules, hasta que un día ya pasado un tiempo, conseguí otros ya de mi talla.

Me recordé de esto porque miré a la zapatera y conté cuatro pares de zapatos azules todos del mismo modelo, gastados cronológicamente pero igualmente deseados y amados.


Nota: Pueden comentar o calificar, en las casillas más abajo. Gracias.





24/08/15.


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