sábado, 10 de diciembre de 2016

Mi vida es un bolero



 Ahora, viendo esta invitación a uno de los bailes de Salsa a los que sigo siendo invitado a pesar de mi rotunda negación, acompañada de la frase hecha de "Yo soy la salsa";  lo digo por muchas razones y se me ocurre algo, que tengo que decir: 
como buen cubano, me siento orgulloso de mis raíces y sobre todo de mi cultura; no la que he adquirido con años de estudio y observación animada sino con la que me toca, me es difícil no estremecerme ante el sonido del toque de un tambor ni ante un buen y meloso bolero.  Una vez escuché un parlamento, en una película argentina, en el que uno de los protagonistas - en un momento de reflexión - le decía a su pareja, mirándola como solo se mira al objeto de la pasión: “Vos sos un tango” y me dije caramba es eso lo que somos los cubanos, pero traducido a nuestro universo, “somos un bolero” y podría agregar más, somos una rumba, un cha-cha-chá, un mambo, un danzón, un danzonete y una contradanza, porque si algo tenemos es una historia y un diapazón musical “de miedo” y eso somos, la mezcla de todos nuestros ritmos inigualables, incomparables e irrepetibles. El mundo entero baila a nuestro "son", a nuestro modo, y nos quieren usurpar y reinventar, pero al final la matriz está en la cadencia de nuestros movimientos acompasados y de buen gusto, de sutil sensualidad y provocadora arrogancia.  ¿Igualarnos? Sí, pueden, pero nunca superarnos y mucho menos transformar lo que es nuestro, con articulados, vulgares y hasta ridículos movimientos. 
Al inicio decía que, “como buen cubano”, al vivir en un país donde el ritmo esencial es otro y la música también, al llegar aquí me convertí en una especie de ícono de mi país. No me considero el gran bailador, pero al menos tengo el don de saber cómo se hace bien. Ese temor del que llega, de perder lo suyo, me hacía aparecer en cuanto baile de "salsa" había y era una gracia, como al salir todos paraban para ver de qué manera nos movíamos los cubanos. Comenzaron a proliferar así escuelas de “salsa”, y ahí comenzaron los choques, las fiestas se llenaban de alumnos que, indicados por alguien que se decía profesor de salsa, hacían y hacen movimientos exagerados y ajenos a lo que realmente  debe ser y no se les puede culpar porque así son instruídos. El solo hecho de que le llamen “salsa”, ya me incomoda, sabiendo que es “Casino” lo que se baila, tanto en pareja como en grupo, al hacer la “rueda”,  del propio nombre. Entonces ya no bailaba, me quedaba observando como en algunos casos estropeaban los pasos y malgastaban la energía en el mal gusto al relacionarse con la música, “con mi música”, con una gestualidad forzada que obligaba a sujetarse el pelo a la muchacha que no se le mueve y a veces ni lo tiene o a hacer contorsiones de circo de las rumberas de los años ’50, sin cordura ni cordialidad expresiva y que me tilden de chovinista, pero es así: Al que le tocó le tocó.
De este modo, poco a poco me fui alejando de los salones de baile cubano o de música cubana y/o de “salsa” en general y me fui integrando a los salones de samba, proponiéndome aprender a sambar;  fueron siete años seguidos yendo al “Beco do Rato” (lugar de samba de Río) sin atreverme a salir al ruedo hasta que un día me solté, fue como una explosión sambística que se me apoderó y que no ha parado hasta la actualidad.  Me alejé totalmente de los bailes de salsa y del disgusto que me provoca su mala ejecución para arrojarme a los brazos del “pagode” y la samba.  Eso sí, en dieciséis años viviendo en Brasil no me sé ni una canción en portugués, no he conseguido inocularme ese virus; para ese caso parafraseo a Darín en “Golpe por golpe", título cinematográfico que mencionaba al inicio y me digo: Mi vida es un bolero.
Rio de Janeiro sábado 10 de diciembre de 2016.

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