Aquella casa alegre se había convertido en un
umbral de tristeza, ella y sus dos hijos pequeños, se volvieron asustadizos y
taciturnos; no se oía ni el zumbido de una mosca en la casa, sólo a veces un
timbre largo y unos pasos que silenciaban junto al timbre.
Se decía que él había caído nuevamente preso,
por la misma razón; nadie se atrevía a preguntarle a Diva por su marido, su
rostro, todo lo decía, era la estampa de la soledad y el desasosiego. Aquella alegría y jovialidad de su sonrisa
unido al tintineo de su voz, la que nunca más entonó una canción de amor, de
aquellas que se escuchaban otrora y daban una armonía celestial a esa casa, que
un día había sido de sus bisabuelos, pasando a sus abuelos y luego a sus
padres.
Sus padres Nereida y Evelio que sucumbieron a
la retirada de sus bienes, a los que tanto habían anhelado y a los que se
habían dedicado toda su vida, como homenaje a sus predecesores.
Una casa triste, llena de recuerdos de una
infancia feliz, un piano que ya no tocaba , cubierto por un polvoriento mantón
de Manila y una de colección de marcos con retratos y fotos de momentos
gloriosos , presidido por el del casamiento de de sus padres y el de la novia
de blanco que un día fue, ante el altar de la Iglesia del Carmen y de la Virgen
del Carmelo, que desafiando a todas las leyes, celebraron un día de Mayo de
1970, costándole el puesto de trabajo a su esposo y padre de sus hijos,
obligándolo a tomar una actitud para sobrevivir, trató de fugarse, pero no lo
consiguió. La marea estaba alta y el
viento en contra, lo que los llevó a una isla que era militarmente comandada y
de ahí a la celda, de la cual salió 10 años después, un 31 de diciembre. Esperó el año en silencio con sus más
allegados y luego el silencio, quedó continuo.
Dos días solamente permaneció en su casa y
despareció, nunca más se supo de él. Luisrael se había marchado para siempre,
solo Diva sabía de su plan.
Por eso continuó su vida con cautela, cuidó a
sus hijos, hasta esa mañana de 1° de mayo del ’80, en que el medio del jolgorio
y algarabía de los que habían llegado ya de la Plaza, del acostumbrado desfile,
entre banderitas cubanas y sombreros de yarey, una moto del estado vino a
buscarla, para llevarla junto a su amado y padre de sus hijos. Luisrael la esperaba en una lancha, alquilada
por sus familiares. Salieron los tres
juntos al encuentro de la alegría, de la felicidad que Dios promete a sus
elegidos, hacia el puerto del Mariel, siguiendo la ruta hacia el Norte.
Desvendábase entonces el misterio de la
desaparición y de la agonía de Diva y Luisrael.
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