miércoles, 4 de enero de 2017

Agente del destino



Un grito ensordecedor y a coro de Piiiii  (diminutivo de Pijuán, mi apellido), se escuchó en la calle 23 del Vedado.  Un carro se había subido encima de la acera, incrustándose contra el muro de la UPEC; por el mismo lugar por el cual debía ir yo
Ese día de diciembre del ‘94, habíamos salido todos  del cine Yara y nos dirigíamos corriendo hacia el cine Riviera, para ver otra película, una de Annie Lenox, que no recuerdo el título, sí sé que era un ser andrógeno.  Como siempre yo sacaba mis vacaciones para el Festival de Cine y ese año en particular no tendría la codiciada “credencial”, pues un disgusto con quien me la conseguía cada año me había impedido obtener el preciado documento que me permitía entrar a todas las instalaciones de dicho evento, como si fuera del ICAIC, por lo que me uní al club de amigos del cine Yara, con los que hice grandes amistades  y fue incluso mucho más divertido, porque no solo se remitía al Yara, se extendía a la cola de Coppelia, en la que siempre había algún conocido y a pesar de los pesares, recuerdo esa época con nostalgia.
Por tanto nos desplazábamos en grupo por todo el Vedado y hacia todos los cines del festival, con mi cantinita de comida, que me acompañó durante todo el período especial, a las visitas y lugares más inusitados.

Algo en el contén de la acera llamó mi atención y era un lápiz STAEDTLER, lindo rojo y negro, me dije para mis adentros: un lápiz de Elegguá, mi santico africano querido y me agaché a recogerlo, separándome del grupo, que al sentir el estruendo pensó bien, que yo había sido atropellado, porque primero no me vieron y luego, yo debía ir por ese mismo lugar; cuando de pronto e inocentemente distraído por el lápiz de colores, me incorporé y aparecí del otro lado del carro, devolviéndole el alivio y tranquilidad a mis amigos que a coro esta vez emitieron un largo y sentido suspiro.   Alcé mi brazo mostrando el lápiz que a los efectos me había salvado, ostentando los colores rojo y negro, y que al llegar a casa, en Elegguá coloqué, como “agente del destino”; a él que es el dueño de todos los caminos.

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