lunes, 9 de enero de 2017

Venganza Literal




Había pasado ya mucho tiempo cuando nos reencontramos. Mayela y yo, como muchos; fuimos de aquella generación que se becó por el embullo del uniforme azul y la corbata del pase, los impermeables del invierno.  Todo parecía perfecto en la propaganda que se hacía de las nuevas escuelas.
Las ESBEC, fueron el palacio de cristal de mi generación, los pisos brillaban, los comedores parecían restaurantes, los días de recreación con música y orquestas. Eran el paraíso terrenal, pero ay mamá!, lo que se escondía detrás de eso era un presidio, un campo de concentración, donde adolescentes éramos los que estábamos sustentando la agricultura del país, por la simple razón de una "Reforma Agraria" que le quitó la tierra a los terratenientes y grandes hacendados para dársela al pueblo y se distribuyeron por cooperativas, donde los campesinos o guajiros; y hago la salvedad  de que es Cuba el único país que llama a sus campesinos de guajiros, por aquel fenómeno que se dio al finalizar la guerra contra España y que trajo consigo la entrada de los americanos, que comenzaron a llamar a nuestros devastados mambises, de “hombres de guerra”, pero en inglés que sería “war hero”, formándose el vocablo guajiro y que con el paso del tiempo tuvo su femenino, transformándose en guajira; internacionalizada por nuestra “Guajira guantanamera”, que es música ícono de Cuba; ella y el himno nacional son las dos composiciones que le pone la carne de gallina a cualquier cubano fuera y dentro de la isla.  Sin contar que el punteo guajiro es fundamental en el son cubano y por ende en lo que podíamos llamar de su nieta o bisnieta, salida de Cuba a principios del ’60; la archicononocida y vilipendiada Salsa.
Tanto las niñas como los niños trabajábamos como esclavos en nombre de la educación y la salud gratis; mientras que los guajiros que ya no podían estudiar Ciencias Pecuarias o alguna ingeniería; empobrecían.  Unos pocos tenían  pedacitos de tierra que cultivaban y cuántas veces no nos sacaron de noche a trabajar en aquellas tierra privadas, a luz de tractor y cubos de limonada a la vista de los directores o algún responsable del llamado Consejo de Dirección, que con mirada orgullosa y sonrisas fingidas nos animaban.  Al final de la jornada los responsables entraban en las casas de los guajiros y salían acomodándose los bolsillos; nunca supe el porqué; ahora lo imagino.

Pues sí, me reencontré con mi amiguita de la escuela.  Aquella enjuta muchacha de espejuelitos y cabellos mustios, se había convertido en un mujerón de “aquí te espero”.  Recordando todas aquellas vivencias y muchas más, vino a tono una que estremeció al municipio rural donde radicaba aquel conjunto arquitectónico docente, aquella mole, que nos aplastaba y nos hacía crecer al mismo tiempo.  

Esta vez no fui yo quien contó ni confesó lo que sucedía en el recinto masculino, fue ella quien me dijo con tono sarcástico:  Te acuerdas de lo que pasó en el albergue de las niñas ese último curso? Acto seguido le respondí, que claro, que eso había sido un misterio, jamás desvendado.  Quién podía atreverse a hacerle semejante cosa a Ceciia Téllez?


Victoria Téllez era una mulata corpulenta, de aquellas que los padres la habían criado “a toda teta”.  Su padre era General y había peleado en la Sierra y bajado con los barbudos, de los pocos negros de esa estirpe que a pesar de su humilde condición, había escalado y se había casado con una bella mujer que conoció en Trinidad y que luego de ser reina de belleza de su ciudad, la buscó y la instaló en La Habana. 

De su casamiento nació Cecilia, haciendo alusión a Celilia Valdez, el personaje de la novela de Cirilo Villaverde; a la que mimaron como una princesa.  Un detalle la hacía resaltar  en su familia paterna de la que heredó el color, pero el pelo de su madre, el que le cuidaron como oro y solo le cortaban las puntas cada tres meses.




Su inusual belleza la convirtió en arrogante y abusadora en exceso.  Entró en la escuela muy modosa hasta que se le destapó un odio que la hacía maltratar a sus compañeras de clase y de albergue, abusando de ellas, como lo hizo con mi reencontrada amiga que viéndola tan endeble, le quitó su puesto en la litera, al lado de la ventana y esta,  desvalida como era, nada pudo hacer,  pero tuvo tres años para conocerla bien y calcular su venganza, cada vez más cuando presenciaba algún abuso a alguna de sus compañeras. 

La observaba a diario, cepillarse el pelo, que cada vez era más copioso, negro y ondulado; el orgullo de la familia. Lo mismo se hacía una trenza, que dos, que un moño. Todo a la espera de los 15 años para lo que le tenían organizada una fiesta por todo lo alto.

El curso terminaba a finales de junio y ella cumplía el 6 de Agosto, una leonina de aquellas, sólo que ella no sabía que mi amiga le estaba preparando una tremenda.

Llegó la última semana y todos entramos con ropa civil, pues debíamos entregar los uniformes que tanto habíamos anhelados.  Mayela* llevó su ropa civil, pero también llevó un instrumento de barbería de su fallecido abuelo. Una navaja que después del viejo Renato solo usara ella y la que durante tres años afilaba con esmero, como aprendió viendo a su abuelo, con aquel clásico y soberbio afilador de cuero.




La autoconfianza de Cecy, la hacía dormir con toda la cabellera extendida, hacia afuera de la litera.  Un estudio minucioso del espacio entre las literas ya había sido hecho por mi resentida amiga, quién además, -a diferencia de sus compañeras no había  sido invitada a la que pretendía ser la fiesta de 15 más sonada de la Habana-.  El padre había alquilado un salón y por tener la jerarquía que tenía en el gobierno, le permitían que un coreógrafo ensayara, “La salida de Cecilia”. El sueño de su madre los bucles de su hija entrando en aquella contradanza preciosa. El traje ya estaba alquilado, sería de un amarillo ocre, imitando el de la zarzuela.

La mañana del 4 de julio del año 79, fue amenizada por un estentóreo grito que no necesitó de la música del odioso programa radial “Amanecer cubano”, cantada por los compadres. Fue como una sirena de incendio. Era el último día de clases y ya nadie estaba para Cecilia, que se había despertado calva y la trenza había sido descuartizada en mechones en todo el pasillo del albergue.


Cabellera de Cecilia.


Todas las guaguas salieron y los alumnos, eufóricos, por el fin del curso yendo para sus casas.  El hecho quedó en un misterio hasta ese momento en que, 20 años más tarde mi amiga Mayela con gran ironía y satisfacción, me lo confesó.





Mayela,  es un nombre derivado de una región de italia llamada Maiella, la cual fué nombrado en honor a Maia, diosa de la primavera y los cultivos, y era la más bella de las hadas, quien llegó a convertirse en amante de Júpiter.En Grecia era Maia, la partera, nodriza, abuela o madre, en resumen, la maternal. A su vez Maia se deriva de la raíz Mag, de la que derivan Maiesta, Majesta, Majestad "Grandeza", "Dignidad", "Soberanía", "Poder", "Potestad" (tanto de Divinidades como de Magistrados), Magia, Majestalém "dar honores Divinos, Magis, Magnus, Magjor... (así como el mes de Mayo mes de las "flores") 




No hay comentarios.: