La
gitana le había profetizado el futuro a todos menos a él; ya se despedía, sin siquiera mirarlo. Cuando era inminente su partida, la llamó y en tono desesperado le preguntó: A mí no me
dice nada? Ella lo miró, levantándose el velo de encaje negro y ajustándose el
mantón de manila del mismo color, le dijo, certeramente: A ti sólo te voy a
decir que el día de tu juicio es el 6 de diciembre.
Con esa sentencia amaneció Adrián ese día de abril; agonizó hasta el día 6 de diciembre de 2002; para ello se preparó y se vistió de blanco, canceló todos los compromisos y a las 12:00 meridiano se encaminó hacia la iglesia de Santa Rita de Cassia, de Río de Janeiro, llegó al doblar de las campanas, miró y habían pocos feligreses, sabía que algo le ocurriría, pues lo pronósticos de esa gitana siempre se cumplían, pasaron cinco minutos y un dolor en el pecho se apoderó de él, como un punzón, en el lado izquierdo, le cogía la espalada, el juicio estaba por acontecer Trató de levantarse y lo consiguió, se dirigió al altar mayor para tener un final digno, una monja que notó su palidez lo tomó del brazo frío como un tempano de hielo y le brindó ayuda. Un vaso de agua señor? –Le brindó- él asintió con la cabeza, esta vez ya frente al padre que oficiaba la misa. Los feligreses eran pocos, pero un poco que se distrajeron de la homilía. Apareció la madre con el vaso de agua, el que sin siquiera agradecer bebió de un tirón; pronto saldría la respuesta en el sonido de un gran eructo que sí llamó la atención, Se desvaneció de la pena y del susto al mismo tiempo. Eran gases el producto de su dolor, percibió que no era el juicio profetizado.
Con esa sentencia amaneció Adrián ese día de abril; agonizó hasta el día 6 de diciembre de 2002; para ello se preparó y se vistió de blanco, canceló todos los compromisos y a las 12:00 meridiano se encaminó hacia la iglesia de Santa Rita de Cassia, de Río de Janeiro, llegó al doblar de las campanas, miró y habían pocos feligreses, sabía que algo le ocurriría, pues lo pronósticos de esa gitana siempre se cumplían, pasaron cinco minutos y un dolor en el pecho se apoderó de él, como un punzón, en el lado izquierdo, le cogía la espalada, el juicio estaba por acontecer Trató de levantarse y lo consiguió, se dirigió al altar mayor para tener un final digno, una monja que notó su palidez lo tomó del brazo frío como un tempano de hielo y le brindó ayuda. Un vaso de agua señor? –Le brindó- él asintió con la cabeza, esta vez ya frente al padre que oficiaba la misa. Los feligreses eran pocos, pero un poco que se distrajeron de la homilía. Apareció la madre con el vaso de agua, el que sin siquiera agradecer bebió de un tirón; pronto saldría la respuesta en el sonido de un gran eructo que sí llamó la atención, Se desvaneció de la pena y del susto al mismo tiempo. Eran gases el producto de su dolor, percibió que no era el juicio profetizado.
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Iglesia de santa Rita de Rio de Janeiro. |
Recordó lo que le había dicho su madrina,
cuando al respecto le consultó: Juicio puede ser inteligencia, conciencia. Así
lo asumió. Pasaron entonces tres años , cuando llegó diciembre él se centró en
Santa bárbara que era el día 4 y se olvidó de ese 6 de diciembre
El
5 de diciembre, una voz masculina conocida retumbó en su ventana, más que
conocida, era la voz del amor, de su amor, de hombre por el que había perdido
la cabeza, por el que había tomado la decisión de salir del país, no podía ser.
Era un regalo de Santa Bárbara. Se asomó a la ventana y no se había equivocado,
era él; el mismo que hacía casi veinte años había visto por primera vez al
fondo de la ruta 27 y que lo había dejado paralizado con su gallardía, belleza
y altivez. Después de esa vez siempre que subía al ómnibus miraba hacia el
fondo y ahí estaba como un “David tropical”, un espejismo urbano, palpable, factible, comestible, imposible.
Lo
registró en su mente como algo imposible, digno
de tan solo admiración y deseo. Un hombre es un hombre, no le apetece
otro; aquella gallardía así lo
declaraba, pero como dice el dicho; lo que está pa ti, nadie te lo quita.
El
año ’91, fue de grandes éxitos, tanto en lo profesional como en lo cotidiano y
ahí es que está el asunto, la cotidianeidad hizo que un buen día de agosto de
ese mismo año, “como en un sueño sin esperarlo, él se acercara”. Adrián trabajaba
en una galería de arte y por ella pasaban aprendices, que podían ser de “marchand”, recién graduados de la
universidad, estudiantes o profesionales del ramo. A pesar de su juventud, él era reconocido
como la persona idónea para tratarlos. No solo por su capacidad si no porque un
día también lo fue.
Fue
llamado a la oficina para conocer a su nuevo pupilo, cuando se deparó con
aquella figura de sus sueños reales. No estaba soñando, se presentaron y por
primera vez le escuchó la voz, la misma que ese día había escuchado en su
ventana y que le daba aquel salto.
A
medida que fueron trabajando juntos, se
fue inciando, una amistad, luego, una
solidaridad y luego una complicidad que los llevó al juego de del elogio, de la
mirada picante hasta el toque total de aquello que le parecía imposible y no
por ello dejaba de serlo; al final tenía un compromiso con fecha marcada para
casamiento y lo concretó, ante la mirada y el aplauso sentido de Adrián que no se
conformaba con migajas, él quería más y
en ese más, era que se perdía el juicio.
Por
eso ese 5 de diciembre, inolvidable por demás, después de abrirle la puerta y
confesarle que había ido a un evento convocado por la Bienal de Sao Pulo, -ya
como Marchand, se había escapado a Río de Janeiro para verlo. Fue lo mejor que
hizo en su vida -se dijo él- Ante la euforia del momento no se había fijado en
algo; su físico no era igual, pero se lo atribuyó al paso de los años, el
rostro más alado y la mirada hundida, sus manos muy enervadas y una extraña coloración, pero nada de eso
diezmó su alborozo y total gratitud.
Comprendía entonces porque debió salir del país, era la única forma de
tener a su amor al menos una semana con él en su nido.
El juicio comenzaba.
Firmaron y fecharon la primera botella luego vinieron otras, que los llevaron al lecho, a consumar el precioso acto. Un
gritó de porquéeeee?!, lo estremeció al libar su sabia. Él no
entendió nada y le dijo: No me embarazo y sonriente, se levantó a tomar
un baño. Hasta dos semanas después, de regreso a su país, cuando unos fuertes cólicos,
acompañados de intensas pérdida de líquido lo llevaran casi a la deshidratación
y al hospital, donde le hicieron muchas pruebas.
A
la semana estarían los resultados, pero lo llamaron a los tres días, debía
repetirse un examen, el de sangre, para este el diagnóstico estaba al momento
y así fue.. Estaba contaminado con el virus del Siglo, su inmunidad, quedaría comprometida para siempre. El mundo cayó para él; los médicos trataron
de calmarlo, sólo se preguntaba: quién, cómo, cuándo?
Llegó a la casa y fue directo a la botella de Champán vacía, leyó 5 de diciembre.
El acto fue en la madrugada, ya era 6; el juicio había terminado, la sentencia dada.
Luz para el espíritu de esa gitana.
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