La maestra Vivina que En Paz Descanse, - y lo
digo por deducción porque nunca supe de la noticia de su partida, pero si en el
año 70, era ya una mujer madura, no debe estar entre nosotros - ella me enseñó a
leer y a escribir, en mi libro de caligrafía. Hoy le enseño a mis alumnos de
español igualito que ella lo hizo conmigo; en la primera clase les digo “M” eme
con “A”, dos veces MAMÁ y veo en los rostros de esos adultos los niños que
fueron y/o los padres y/o abuelos que son. Vivina también me enseñó las reglas
de matemáticas hasta la del “4”. Recuerdo que para pasar a segundo grado había
que sabérselas bien y yo que nunca he sido bueno en matemáticas jamás me las
aprendí, hasta el año siguiente porque como sabrán, mi “madre santa” me puso
antes en la escuela y mi raciocinio no estaba a la altura de lo que se me
exigía. Ese día era la última prueba y ahí estaban ellas, Vivina y Adriana que
sería y fue la de segundo grado. Me llamaron a la mesa y fui ante la mirada de
todos y los ojos verdes de mi madre que se le querían salir de las órbitas,
cuando al preguntarme yo no sabía cuánto era 4x5; así aparecía en una especie
de tarjeta blanca que sostenía Adriana en la mano. Yo sabía que no sabía, por
tanto me limité a no decir nada, detesto tratar de adivinar cuando no sé algo,
si pienso emito mi criterio, errado o no, pero es lo que pensé, pero si no sé
no hablo y así lo hice. En ese ínterin,
las maestras comenzaron a hablar y en uno de los gestos de Adriana en el albur
de la conversación, esta se llevó la mano a la cintura dejándome ver en grande el número “20”. Yo miré a la izquierda, al lugar donde estaba mi madre, le sonreí
y dije en voz alta, el “20” más sentido de toda mi vida.
En septiembre de 1971, entraba a mi aula
de segundo grado.
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