Recuerdo la
inmensa tristeza, el futuro incierto, el cumplir lo que decía Itá: ¡Sal de aquí!
El amor vivido y perdido; de las traiciones y desengaños.
El amor vivido y perdido; de las traiciones y desengaños.
Mi madre y mi hermano de blanco, cada uno en
un trono yoruba, recién iniciados,
sin
poderme decir adiós ni despedirme. El
cuadro de Panchita; la imagen de los que
jamás vería; el peso del equipaje; el
llanto inconsolable de mi prima, como augurio
de eterna despedida.
Mi llanto ahogado, que nadie vería, de lo logrado y
dejado de una Habana perdida;
de un bolero extraviado en el “Delirio Habanero”;
de aquella mirada; del placer
inexplicable de su beso, su tacto, su andar, de su voz entrecortada y zigzagueante,
de su risa, su sonrisa y su premonición de volver en 10 años; de todo lo que
guarda
mi hiperamnesia; esta enfermedad de la memoria que para los estudios fue
gracia,
pero para la vida me agobia.
250615
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