domingo, 13 de noviembre de 2016

La diosa arrodillada


Siempre fue muy delgado con un tono de piel de quien fue a la playa. Es ojo namá, dijeron cuando nació. Le pusieron Diosdado, como su abuelo paterno que no lo pudo conocer, por eso de siempre lo llamaron Dios, achicándole el nombre y un poco para no vincularlo tanto a la figura del abuelo que  había, fallecido un mes antes de su nacimiento, lleno de ilusión por su primer nieto, pero también lleno de una enfermedad galopante que lo fulminó.  Su padre, un militar que había bajado de la sierra lo crió como él pensaba y así se moldeó.  Su madre, mientras tanto, disfrutaba de los placeres del cargo de su marido y no salía de salones de belleza y de visita a otras amigas del mismo barrio residencial donde los habían instalado cuando llegaron de Bayamo, en la zona oriental de Cuba. 
A los 12 años lo internaron  en las recién inauguradas escuelas en el campo ESBEC, y allí comenzó y pasó su pubertad y desarrollo físico. Los ojos y el tono de piel continuaron igual, pero el propio trabajo del campo y los deportes lo convirtieron en una Adonis. Las muchachitas rápidamente lo notaron, al presentarse en el curso después de las vacaciones.  Él a su vez no se daba cuenta de lo que le estaba pasando a su físico, hasta que comenzaron a aparecer por toda la escuela corazones con nombres femeninos y el suyo, atravesados por una flecha. Al hacerse evidente, los propios compañeros, que ya comenzaban a noviar y enamorar a las niñas lo obligaron a escoger entre uno de esos nombres. Al verse ante tal disyuntiva fue tanteando, no solo en belleza sino también en clase social, de su madre había heredado ese aspecto y ya afloraba.  Por su parte sus amiguitos también eran los hijos de personalidades influyentes, tanto de la política como de la cultura y diplomacia cubana; habanera en este caso.
Andaban todos como en manadas, tribus, equipos.  Al parecer de las muchachitas enamoraderas de la época, ¿cómo podrían ser todos tan bellos y de buena familia? - se preguntaban - pero Diosdado era el que más resaltaba y así lo vieron los editores de una revista juvenil que circulaba en todo el país, al ir a hacer  un reportaje sobre la educación en Cuba,  y fue él el escogido para servir de modelo.  Este hecho lo marcó aún más, porque también escogieron a una muchacha preciosa de la escuela, y que era la que todos le asignaban.  Miriam, era uno de los nombres que aparecían en los corazones dispersos por los muros.  Miriam y Diosdado se convirtieron entonces en la pareja ideal; en el par que todos querían ver juntos. Así, la energía de los 647 alumnos restantes de la escuela - eran 650 - conspiró tanto que un miércoles de recreación, en el que ponían música para bailar, al son de los Bee Gees entonando “My world is your world…”, ella lo sacó a bailar y ante la mirada de tantos él aceptó y se dieron el primer beso, sellando así el inicio de un noviazgo que todos  querían menos él, que mirando a su derecha, no dio con el rostro de una figura masculina, adolescente, que se había volteado, para evitar ser testigo de aquel acto; era alguien de la tribu, manada o equipo. Alguien que no se alegraba, alguien que por primera vez sintió celos sin saber por qué; qué sentimiento era ese; qué mejor cosa que su amigo de infancia y vecino de toda la vida fuera feliz. Raymundo o Mundito, como le llamaban, no soportaba la idea de que su compañero de aula, de litera, de estudios, de salidas los fines de semana noviara. Dios continuó buscando su mirada, pero no la encontró y al volver a mirar, tampoco encontró su figura, había desaparecido.
Al terminar el baile, se despidió de Miriam con una sonrisa y subió corriendo, a buscar a Mundo que ya estaba dormido. Durante los dos días restantes de la semana, antes del sábado, continuó evadiéndolo y un dolor inmenso comenzó a apoderarse de Dios.  Ese fin de semana no se vieron, a pesar de ser vecinos. El silencio invadió la relación de ambos, y con el silencio el dolor de la pérdida, el dolor de lo que nunca había sido.
Cabizbajos, llegaron a la escuela, Mundo, con sus ojos miopes azul vibrante, y Dios no se saludaron más.  Nadie lo percibía.
Mientras, la relación con Miriam empezaba a florecer, ella ya cumpliría sus 15 años y en el salón bailaría con Dios.  La fiesta estaba ya marcada y sería por todo lo alto, en el antiguo “Tennis Club”, que llevaba el nombre de un mártir de la revolución cubana.  Las madres estaban felices por sus hijos.
Dios fue elegido para ser de la UJC  y aceptó, su padre orgulloso, no podía pedir más. Pero nadie le preguntaba a él. A su vez, Mundo comenzaba a verse y a aparecer con Aracelys,  hasta que se hizo pública su relación. Poco a poco los amigos Dios y Mundo fueron acercándose nuevamente.
La táctica de Mundo había surtido su primer efecto. Volvieron  a salir juntos los sábados pero ahora eran cuatro, dos parejas, de amigos y compañeros de escuela. Inseparables, nada ni nadie podría contra su relación.  Fue así que una de aquellas noches de recreación, luego del baile y del roce de los cuerpos de cada uno con sus parejas, se miraron, y al llegar al albergue fueron a ducharse juntos, algo que era normal. Pero algo sucedió, el instructor del albergue también fue a refrescarse y los encontró en un acto que al día siguiente los llevó a la dirección de la escuela. Un carro los llevó a su casa, y no se les vio más.  Algunos nunca supieron por qué, otros lo imaginaron.   
A partir de aquel momento cuando se habla de ellos se mencionaba el caso de “La diosa arrodillada”,  haciendo alusión al clásico del cine mexicano, protagonizado por María Félix y Arturo de Córdova en 1947.
En el año ’80, Dios y Mundo salieron por el puerto del Mariel, con documentos falsos y viven hoy en Miami, prósperos y felices, un amor que dura más de tres décadas, y que superó tabúes y fronteras.

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