Hoy
hemos tenido un día de preocupación, por la operación de un amigo en Cuba y me
viene a la mente cuando me operé en el
2000, antes de venir. Sí, me operé de
varicoceles, porque recuerdo que, en una consulta que me hice, me salió que iba
a una mesa de operación. Con la dichosa
“FOREVER”, me había dado un golpe en los lugares y me dije pa luego es tarde,
por lo que me operé en el “Ameijeiras” (ver: Ellos nunca nos abandonan), pero
para ello tuve que recibir un “Orisha”, que en su itá me vino diciendo que no
podía vestirme de listas horizontales.
Tenía yo una camisa así mismo que era mi joya y me la ponía para casos y
cosas de aquellas tremendas
Cuando
me dijeron esto supe que tenía razón pues la única vez que me condujeron a la estación,
estaba yo con ella en La Maison. (ver:
Cuba-moda ’87). Por lo que no me resistí, además ya la había usado bastante.
Salgo
de Cuba con mi itá de no usar listas horizontales y pasa un año, dos y tres; y
al cuarto año, viene un amigo de España. Me llama que vaya a verlo a Copacabana, donde estaba hospedado y para
allá voy. Me recibió con aquella alegría
que ya sabemos los cubanos, que pensamos que, al salir, nunca más nos vamos a
ver; que es algo en lo que no dejamos de tener razón. Me llevó al último piso donde estaba el
restaurante del hotel, cenamos que
aquello fue lo más grande de Tejadillo, con la vista al mar, bueno, aquella
cosa de la película. Al despedirnos me
dice, espérate que te tengo un regalo. Lo trae deseando que me guste y
pidiéndome que no lo abriera allí, para evitar deshacer toda la envoltura. Sólo me fijé que, en medio del paquete, decía El Corte Inglés, lo que era normal,
viniendo él de España. Llego a la casa y
abro el paquete y, para mi grata sorpresa, era un pullover de mangas largas,
color azul y blanco, pero un azul vitral colonial que era un escándalo y en medio
de mi ilusión de con qué ponérmelo y cómo y cuándo, me dije: “aguanta que la están
peinando”; si yo no podía usar listas horizontales, a pesar de que estas eran unas
franjas bien anchas.
Bueno
tanto di que el sábado, en medio de un friito sabroso que hacía, decidí hacer
estreno de mi pullover, con un pantalón vaquero blanco y mis zapatos marineros azules
ribeteados en blanco. La combinación era un escándalo, pero se me ocurre que me
hacía falta un cinto azul, haciendo juego con los zapatos; para ello debía ir a
la tienda a comprar el cinto y escogí una tienda masculina, tradicional que hay
en el centro de Río.
Me
levanté temprano, hice las cosas normales del
día, me bañé y me vestí como había pensado. Arranqué para mi tienda y
entrando di de cara con el cinto. Llamé
al dependiente y al no venir lo tomé yo en mis manos, al tiempo que viene el
dependiente y le estoy explicando todo mi plan, cuando siento un golpe
contundente en la cabeza, que me deja atontado, al punto de no poder ni hablar;
palidecí, quedándome paralizado y al volver en mí, busco para ver qué me había
asestado tan duro golpe y veo al dependiente que en vez de preocuparse por mí,
que era su cliente, estaba recogiendo un maniquí de yeso del piso, de aquellos
años ’50, con la cara de Errol Flynn y con la misma me doy cuenta de lo que
había sucedido, Dios mío, me había caído un maniquí en la cabeza. Al yo ver la
preocupación del señor, ya mayor, por aquel objeto y no por mí con el dolor y el
susto que había pasado, le fui arriba y en un arrebato, le quité aquel muñecón
viejo de las manos y lo cogí por la cintura
al tiempo que inicié una pelea
con él, incrustándolo contra el piso; yo quería ver la sangre correr, mientras
más tiza le salía de la cabeza. Cuando
caí en mí, que me di cuenta de lo que yo estaba haciendo, la tienda estaba
paralizada y los clientes riéndose. Del
interior escuché una voz que decía la dirección del lugar y percibí que estaban
llamándome a la autoridad. Miré a Erroll
Flynn con todo el odio del mundo y salí corriendo de la tienda con mi camisa de
listas y sin el cinto, atravesé una plaza y entré en otra tienda, miré y miré,
buscando otra camisa para cambiarme, la que tenía era muy llamativa y me
identificarían con mucha facilidad. En
una percha vi un pullover sin cuello, y color entero, era de una amarillo mango
espectacular. Ay Ochún, mamá,
sácame de esto. Fui hasta él, lo descolgué y pedí que me indicaran donde estaban
los probadores. Me quedó perfecto, como
pintao. Lo pagué y en una bolsa eché el
otro. Ese día estaba nublado, pero me puse los espejuelos oscuros para salir de
allí; al salir venían hacia mí dos policías y me quiso dar el ataque de la
croqueta, cuando se pega en el cielo de la boca, pero me pasaron de largo. Cogí
caminito de Guaimaral y volví para casa en el metro, pensando en mandar la camisa para Cuba con el primero que viniese, cosa que cumplí después. Si ahora me había caído un maniquí, que es una figura masculina inanimada, la próxima no quería saber. Al entrar a la casa y cerrar la puerta, mi madre Santa que estaba pasando un tiempo conmigo, al saber lo sucedido, y ver el tremendo chichón que me había provocado "Erroll"; entre asustada y sorprendida, murmuró en un
suspiro una frase que siempre escuché de mis mayores de santo: Itá no
se equivoca.
Erroll Flynn. |
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