miércoles, 30 de noviembre de 2016

Itá no se equivoca.













Hoy hemos tenido un día de preocupación, por la operación de un amigo en Cuba y me viene a la mente cuando me operé en  el 2000, antes de venir. Sí, me operé de varicoceles, porque recuerdo que, en una consulta que me hice, me salió que iba a una mesa de operación. Con la dichosa “FOREVER”, me había dado un golpe en los lugares y me dije pa luego es tarde, por lo que me operé en el “Ameijeiras” (ver: Ellos nunca nos abandonan), pero para ello tuve que recibir un “Orisha”, que en su itá me vino diciendo que no podía vestirme de listas horizontales.  Tenía yo una camisa así mismo que era mi joya y me la ponía para casos y cosas de aquellas tremendas
Cuando me dijeron esto supe que tenía razón pues la única vez que me condujeron a la estación, estaba yo con ella en La Maison. (ver: Cuba-moda ’87). Por lo que no me resistí, además ya la había usado bastante.
Salgo de Cuba con mi itá de no usar listas horizontales y pasa un año, dos y tres; y al cuarto año, viene un amigo de España. Me llama que vaya a verlo a Copacabana, donde estaba hospedado y para allá voy.  Me recibió con aquella alegría que ya sabemos los cubanos, que pensamos que, al salir, nunca más nos vamos a ver; que es algo en lo que no dejamos de tener razón. Me llevó al último piso donde estaba el restaurante del hotel, cenamos  que aquello fue lo más grande de Tejadillo, con la vista al mar, bueno, aquella cosa de la película.  Al despedirnos me dice, espérate que te tengo un regalo. Lo trae deseando que me guste y pidiéndome que no lo abriera allí, para evitar deshacer toda la envoltura. Sólo me fijé que, en medio del paquete, decía El Corte Inglés, lo que era normal, viniendo él de España. Llego a la casa y abro el paquete y, para mi grata sorpresa, era un pullover de mangas largas, color azul y blanco, pero un azul vitral colonial que era un escándalo y en medio de  mi ilusión de con qué ponérmelo y cómo y cuándo, me dije: “aguanta que la están peinando”; si yo no podía usar listas horizontales, a pesar de que estas eran unas franjas bien anchas.
Bueno tanto di que el sábado, en medio de un friito sabroso que hacía, decidí hacer estreno de mi pullover, con un pantalón vaquero blanco y mis zapatos marineros azules ribeteados en blanco. La combinación era un escándalo, pero se me ocurre que me hacía falta un cinto azul, haciendo juego con los zapatos; para ello debía ir a la tienda a comprar el cinto y escogí una tienda masculina, tradicional que hay en el centro de Río.

Me levanté temprano, hice las cosas normales del  día, me bañé y me vestí como había pensado. Arranqué para mi tienda y entrando di de cara con el cinto. Llamé al dependiente y al no venir lo tomé yo en mis manos, al tiempo que viene el dependiente y le estoy explicando todo mi plan, cuando siento un golpe contundente en la cabeza, que me deja atontado, al punto de no poder ni hablar; palidecí, quedándome paralizado y al volver en mí, busco para ver qué me había asestado tan duro golpe y veo al dependiente que en vez de preocuparse por mí, que era su cliente, estaba recogiendo un maniquí de yeso del piso, de aquellos años ’50, con la cara de Errol Flynn y con la misma me doy cuenta de lo que había sucedido, Dios mío, me había caído un maniquí en la cabeza. Al yo ver la preocupación del señor, ya mayor, por aquel objeto y no por mí con el dolor y el susto que había pasado, le fui arriba y en un arrebato, le quité aquel muñecón viejo de las manos y lo cogí por la cintura al tiempo que  inicié una pelea con él, incrustándolo contra el piso; yo quería ver la sangre correr, mientras más tiza le salía de la cabeza. Cuando caí en mí, que me di cuenta de lo que yo estaba haciendo, la tienda estaba paralizada y los clientes riéndose.  Del interior escuché una voz que decía la dirección del lugar y percibí que estaban llamándome a la autoridad.  Miré a Erroll Flynn con todo el odio del mundo y salí corriendo de la tienda con mi camisa de listas y sin el cinto, atravesé una plaza y entré en otra tienda, miré y miré, buscando otra camisa para cambiarme, la que tenía era muy llamativa y me identificarían con mucha facilidad. En una percha vi un pullover sin cuello, y color entero, era de una amarillo mango espectacular.  Ay  Ochún,  mamá, sácame de esto. Fui hasta él, lo descolgué y pedí que me indicaran donde estaban los probadores. Me quedó perfecto, como pintao.  Lo pagué y en una bolsa eché el otro. Ese día estaba nublado, pero me puse los espejuelos oscuros para salir de allí; al salir venían hacia mí dos policías y me quiso dar el ataque de la croqueta, cuando se pega en el cielo de la boca, pero me pasaron de largo. Cogí caminito de Guaimaral y volví para casa en el metro, pensando en mandar la camisa para Cuba con el primero que viniese, cosa que cumplí después. Si ahora me había caído un maniquí, que es una figura masculina inanimada, la próxima no quería saber. Al entrar a la casa y cerrar la puerta, mi madre Santa que estaba pasando un tiempo conmigo, al saber lo sucedido, y ver el tremendo chichón que me había provocado "Erroll"; entre asustada y sorprendida, murmuró en un suspiro una frase que siempre escuché de mis mayores de santo: Itá no se equivoca.


Erroll Flynn.



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