martes, 8 de noviembre de 2016

Realidad pareces un sueño


Hacía un tiempo los había visto en una revista de aquellas que alguien un día se empataba porque había recibido a algún amigo del extranjero, en este caso de México. Los miraba y los miraba con aquel intenso deseo de poseerlos, de tenerlos, de calzarlos, eran blancos con rivetes en azul. Quién pudiera tenerlos; cómo, Dios. Dejaba a un lado la revista y me olvidaba de ellos. Era el año '91 y mi gran amiga volvía de México después de haberse casado a escondidas con un mexicano - a escondidas, digo; de las autoridades del lugar donde nos conocimos y trabajamos, durante más de un lustro -. Llegó y sólo a mí me llamó; quería presentarme a unas amigas que había traído con las que rápidamente compatibilicé, fue una amistad "de temporada".  Por aquellos tiempos había perdido mi mochila, la que para mí era una joya, no solo por lo difícil que era tener una, si no por la singularidad de sus colores, gris y rosa fucsia, que no molestaban en su combinación y que parecía emanar de ella una energía inigualable. Pasaron los 15 días y entre risas y llantos y al son de "Maldita vecindad", un grupo que se puso de moda y de Luis Miguel en "...un hombre busca a una mujer, esa flor desconocida...", nos despedimos y una de ellas me prometió enviarme una mochila. Pasó el tiempo y un buen día, me llamaron de parte de mi amiga cubana de México, que debía ir al hotel "Habana Libre" a buscar un encargo Rápidamente pensé en mi mochila, pero no fue así, para mi sorpresa habían mandado un paquete con algo desconocido que debía entregarle a su hermana. Así, sin saber qué me entregaban me dispuse a salir del hotel con el paquete y fue cuando algo que jamás esperaba me sucedió: la policía del hotel me paró y me llevó para un cuarto en el sótano del hotel donde me abrieron el paquete y así supe, y supieron ellos también, qué llevaba en él. No era nada más y nada menos que aretes desmontados, los que se debían montar y luego serían vendidos. Me decomisaron todo y así me aparecí en la casa de mi amiga y se lo expliqué a sus familiares, los que a mi entender quedaron convencidos del hecho. Tranquilo y en paz me fui a mi casa y no pasó una semana, cuando me llamaron - esta vez de México - para decirme que me habían enviado ya la mochila con algo más y que todo estaba descrito en una carta; que había sido entregado a la familia de mi amiga. Acto seguido me dispuse y me encaminé hacia Centro Habana, lugar donde vivían. Al llegar me entregaron la mochila y claro que la abrí y dentro no tenía nada. Pregunté por la carta y me dijeron que no había carta, - ya sabía por donde venía todo -, se caía de la mata que querían vengarse, por lo de los aretes, nunca me lo creyeron - insistí y del cuarto trasero salió la sobrina de mi amiga que se reveló contra la propia madre y me entregó la carta; ahí supe de la lista de cosas que me enviaban, entre desodorantes, betún, perfumes y lo más valioso e importante: un par de tenis. Rápidamente me entregaron todo, según lo iba mencionando y al llegar a los tenis, me señalaron para los pies del cuñado de mi amiga, que de cuclillas y de espaldas estaba arreglando un equipo de audio  Me detuve ante él, le miré a los pies y en vez de hacer lo que todo el mundo haría, asentí con la cabeza, di media vuelta, me despedí y salí de la casa.  Con esa misma parsimonia, caminé sólo unas cuadras y llegué a casa de mi amigo de la revista mexicana y le pedí, por favor, la página donde estaban los tenis. Llegué a mi casa y pedí una llamada al DF, expliqué lo sucedido y luego escribí una carta explicándoselo todo y pidiéndole a mi amiga cubana esos tenis que estaban en la foto. A la semana tenía en los pies los mismos tenis que tanto había añorado y deseado, como "por arte de de birlilibirloque, por arte de mis deseos: blancos flamantes y con dos juegos de cordones, unos blancos y otros azul prusia, en combinación con el ribete. Mientras tanto, la relación entre México y La Habana se rompía, así como la relación con mi amiga cubana; quien apenada asumió el gasto de mi "calzado" anhelado.
Veinticinco años pasaron y en una tienda del centro de  Río he visto los tenis nuevamente; la marca 

"Mr. Cat", de calzado  los sacó; pienso que imitando a los de "Panam", que fueron los que yo tuve en 1991 y los que recién me he comprado como homenaje póstumo a esa gran amistad perdida y a la experiencia que de ella saqué y por la que, ahora yendo en el metro me miro, digo como dije aquella vez, al vérmelos puesto:  Realidad pareces un sueño.

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