jueves, 17 de noviembre de 2016

El día que fui Abban



Lo hice todo a la perfección, a una amiga le pregunté, cómo entraba y no la paraban y me respondió que muy fácil Negro - me dijo -  entra como si fueras el dueño, sólo que había de un detalle; la diferencia de raza, ella parecía extranjera y con un trapo de los '80, (blusa romántica, saya corta y tiki-tiki) quién le decía a Yohanka que era santiaguera; pero me dio una idea que no fallaría. Me contactó con un amigo árabe, que me haría el "favor", por alguna regalía.
Debía ponerme una guayabera, esperar a que Kamel Alí entrara, a él sí no lo pararían, Me esperaría en el baño del hotel,  a la derecha al final del pasillo, yo entraría tras él, como si fuera uno de la seguridad, que iba a la barbería y consumaríamos el plan.
Era octubre, mi mamá no tenía zapatos, sería su regalo; - Dios qué tormento -, el día antes en la noche le había llevado el dinero a Kamel, eran mis ahorros de un año, el cambio era a cuatro, - barato para como se puso después. Mi salario de recién graduado era de 148,00 pesos, los zapatos costaban 17,50 dólares.
En agosto había ido por primera vez a Varadero con mis ahorritos y había alquilado un cuarto, era muy reciente pero eran sus 40 años y después de haber sufrido la separación de mi padre, no había nada que no hiciera para contentarla. Un par de zapatos era una necesidad, también un “encanto”.
Llegó la hora, yo estaba en el estudio de fotografía de 23 y L, Kamil Alí  pasó con su atuendo y un bolso simple, lo vi por los cristales y crucé al Polinesio, me había tenido que dejar el candado (la perilla) y llevaba mi guayabera lila, como había sido acordado. Entró él primero y ni lo miraron, atrás entré yo y ni los miré, la mano me temblaba e iba directa hacia el bolsillo de mi Levis Straus, que desde que lo recibí de regalo por mis 15, nunca lo había lavado, sólo usaba en ocasiones como esa y mientras tanto para el diario usaba lo del cupón, no había más…  y gracias.
Kamel Alí entró al baño, lo seguí, entré al servicio de al lado y por debajo me pasó el bolso, dentro ya estaba el turbante  armado y una bata blanca que sustituyó a la guayabera. Me quité los espejuelos también y me quedé con el bolso, ya había dejado de ser yo para ser Abban, que en árabe significa “efímero” ; como efímera debía ser mi presencia en la tienda del hotel, sólo que además de efímero, tenía que ser mudo. Los elevadores del hotel estaban al aldo de los baños, nadie sospecharía que no éramos huéspedes. 
Entramos a la tienda directo a los zapatos. Señalé, los que quería, él los pidió, pero qué número eran. Dios mío recordé que la plantilla estaba en el bolsillo derecho de la guayabera, me quiso dar el ataque de la “comparsa de la sultana” con carroza y todo, pero algo que me caracteriza es el crecimiento ante las dificultades, de algo me habían servido los lemas revolucionarios. Me fijé y el de seguridad nos miraba, no podían reconocerme; rápido abrí el bolso, saque la plantilla y se la extendí a Alí, la dependienta trajo la caja, al abrirla había uno solo, a esa hora me empezaron unos retorcijones de estómago. Durante la espera había ido a Coppelia (la heladería) y con el estómago vacío me había tomado un "jimagua de naranja-piña", comencé a palidecer; el otro zapato estaba en la vidriera, era el último par y sólo habían llegado dos de esa talla, lo trajeron, me volvió el color, Alí Kamel pagó y los puso en la bolsa, salimos del Habana Libre, y no nos despedimos, nos dirigimos al Hotel Kolhy, cerca del lugar. Entré corriendo al baño del hotel, me cambié y aborté a los “jimaguas” en el susodicho baño.
El 1° de noviembre de 1985, mi madre tuvo sus zapatos blancos.


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