viernes, 4 de noviembre de 2016

Todos aprobaron


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Nadie imaginaba cuanta maldad se escondía en esa sonrisa amplia y achinada, de la profesora María Beatriz, era de las que se doblaban de la risa. Todo era mentira, falsedad estudiada. Era profesora y quería vengarse de sus antiguos profesores, pero ahora con sus alumnos. Lo tenía todo estudiado, cabilado. No haría mucho hincapié en la materia que llevaría a examen final. Su prueba era la última, sabía que todos estarían agotados y ninguno aprobaría. Nardo sabía que suspendería, porque además de su poco interés por la asignatura, ya estaba cansado, por eso se le ocurrió un plan. Primeramente debía saber el número telefónico de todos los amigos de la clase, luego debía hacer un test de confirmación; y así y por eso actuó.
Salió de su casa después de medianoche, llegando rápido al barrio donde estaba la escuela, sabía que la puerta lateral, a pesar de estar cerrada por dentro, se abría con facilidad. Entró y no había un alma. tampoco vestigio de lo que sería el examen final. Salió nuevamente, sin dejar rastro. Al día siguiente; un día antes del examen, repitió la acción; sabía que no estaba bien hecho, pero tenía la seguridad de que la profesora estaba actuando mal al querer suspender a todos sus alumnos ya a punto de graduarse y discutir su tesis. Llegó y para su sorpresa le fue mucho más fácil entrar, la puerta estaba semi-abierta y en la primera planta no se escuchaba un alma, subió a la segunda y al subir a la tercera, sintió un sonido, de un interruptor; alguien estaba y había apagado la luz, no se inmutó y siguió por el pasillo hasta el final, entró a un pequeño salón, antesala de la cátedra de la asignatura a examinar, al igual que la primera puerta, la de la cátedra, también estaba abierta, pero esta vez sí había alguien en el lugar, alguien que podía salvarlo o hundirlo. Encendió la luz y vio unos pies detrás de las cortinas, reconocía los tenis, sabía de quien eran esos zapatos, luego de cinco años viéndoselos a la misma persona. Eran unos tenis "popys" de aquellos primeros que entraron por parte de la comunidad cubana en el exterior y que algunos los tenían pero no muchos a la redonda. Dios; se dijo entre sí, era el secretario general de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), organización a la que pertenecían los más rígidos y este caso no era diferente; por su culpa habían expulsado a varios compañeros de la facultad, y todos le temían. Pero ese día él no estaba ahí por nada bueno.
Se dirigió a la pared donde estaba la cortina y al correrla, en efecto, Máximo Cantero estaba ahí, pálido como los papeles que tenía en la mano. Se abalanzó y ya no lo pudo negar, él por su autoridad era el único que sabía de la llave del armario, donde estaban los exámenes, de no haber sido así, Nardo nunca hubiera tenido acceso al difícil documento. Sin hablarse siquiera, le extendió la mano y ambos copiaron el examen con la clave inclusa. Bajaron juntos las escaleras uno salió primero y el otro después, en distintas direcciones. Rogelio fue directamente a casa de sus dos mejores amigas de cinco años y les entregó "la joya", luego al llegar a su casa tomó la lista de los allegados y estuvo hasta las cinco de la madrugada localizando uno por uno.
La mañana del examen llegó de último al aula y se sentó al final, los ojos de sus compañeros y amigos brillaban de emoción al mirarlo, él orgulloso asentía con la cabeza. Entregaron la prueba y las dudas se disiparon, Máximo ni lo miró, a él no le importó, pero le agradeció, al igual que todos sus amigos de curso, hasta la eternidad la posibilidad de terminar el último y temido examen con notas altas. .
Para ese entonces, María Beatriz, la profesora, se recomía los hígados y los sesos, queriendo saber cómo habían conseguido aprobar todos en ese grupo.

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