viernes, 4 de noviembre de 2016

Muñeca de porcelana


Fueron 15 años; pero no hubo fiesta de debutante, fueron 15 años de sacrificio, de migajas, felicidad a medias, 15 años de muñequita de porcelana, de laca en la cabeza, de esmalte en la mirada. 15 años de mierda programada, de esperanzas marchitas, de lujo encajonado en un cuarto, de mentira, con cortinas y adornos cortesanos, cagados por las moscas, por la envidia y el desafuero de una familia ajena, de libertad materna, pero no conyugal. Casarse para libertarse fue como cambiar de dueño; de barracón. La maternidad llegó con la premura de la primavera. No, no te lo saques, dijo la abuela de él. El primero nunca se saca. El primero que en medio de aquella juventud dio un poco de calor y templanza a aquella relación preciosa, pero como toda pareja ideal, destinada a caducar. Por celo machista no la dejó estudiar, la mantuvo intacta como de biscuit; mientras él hacía otras carreras y duplicaba su instrucción, ella lavaba, planchaba; lavaba, planchaba y nada más. Llegó el segundo, con la nobleza que el amor distrae, pero no fue suficiente. Mientras su espíritu emprendedor la hizo montar una peluquería privada en aquella casa, sin condiciones, sin agua y tuvo que salir e ir para su hogar materno, donde hizo su clientela, donde hizo dinero, y donde terminó de nuevo, porque él en su desasosiego varonil y la elegancia que ella con sus atenciones le rendía encontró placer en otros lares, en otro cuerpo que lo llevó a la decadencia y al final a su última morada, luego del abandono y la vuelta a la misma casa donde con ella vivió 15 años.
Con el pasar del tiempo, ella se había superado y llegó a graduarse en economía, superó la desdicha que un día la hizo cruzar la calle de ojos cerrados para ser atropellada. Con su esfuerzo construyó su casa, donde hoy reina amada por sus hijos que la han coronado de amor y lujo y la han hecho conocer el mundo. Una vida envidiable, como de novela.

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