viernes, 4 de noviembre de 2016

La puya.


Llegó Rebeca al cuerpo de guardia del Calixto García con una sola puya. La otra se la había enterrado en la espalda a la amante del marido en la boda de Helio y Thelma. Ella misma los había presentado, por eso la apoyaron cuando oyeron los gritos de "me ahoga" saliendo del baño, y no era en agua que la estaba ahogando y sí en la bañadera del baño de atrás, que estaba llena de bocaditos que no cupieron en las cajitas.. Ahí mismo se quitó la puya y se la enterró de un taconazo. Por suerte que Julio Alberto, había salido a resolver el carro para llevar a los novios hasta el hotel Riviera, donde pasarían la luna de miel. Rebeca se había pasado la noche haciéndose la bailarina, sin darse cuenta que él le había regalado el mismo par de zapatos a las dos. Eran dos juegos de cartera de charol con su nesceser, comprados en El Encanto en el año '54 por la tía y la abuela de Julio Alberto. Al saber de la boda, y de que Charles el zapatero de Saldo estaba haciendo zapatos de las carteras antiguas, Rebeca lamentó el no tener ninguna cartera de charol para que le hicieran un par de puyas, que tan en moda estaban en la época. Tenía ya dos cortes de tela que había conseguido con la de enfrente que le había llegado la salida y le vendió el derecho al tejido y se compró su láster malva para un pantalón y el encaje del mismo color para una blusa, pero sin zapatos... qué hacerle. Julio Alberto le quiso dar la sorpresa y le pidió a su tía las carteras de charol. Y así con una plantilla antigua le mandó a hacer los zapatos; un par sería para ella y el otro para su amante Dalila, una bailarina del cabaret Palermo de Centro Habana, un elemento "chichipó", a decir de mi amigo Fello. Así le hicieron los dos pares de zapatos y a cada una se los regaló como algo exclusivo, sin saber que se encontrarían en la boda. Llegó el día anunciado y Dalila que sí conocía a Rebeca, al verla tan espléndida en la boda comenzó a lucir los zapatos, iguales a los suyos; a ella sí se le veían bien porque llevaba una blusa romántica y una saya tubular, muy de moda en los '80. Solo que, para su sorpresa, ella sí sabía de su existencia, pero ese era su marido, padre sus dos hijos y él tenía que terminar de criarlos Rebeca aguantaba callada y se atenía a quitarle parte del salario para que no lo gastara, con la amante. Rebeca era muy medida pero no le aguantaba una a nadie, y durante toda la fiesta estuvo midiendo a Dalila, con el rabo del ojo, hasta que finalmente Dalila se metió en el baño a arreglarse y el arreglo le salió perfecto. Salió del baño llena de migajón de pan, toda ripiada y con el tacón de una de las puyas enterrado en la espalda, como escarmiento por no respetar al marido ajeno. A partir de entonces se le conoció como Dalila "puya y pan" y a nadie se le olvidó el incidente en todo Santos Suárez y barrios adyacentes del Municipio "10 de octubre".

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