domingo, 13 de noviembre de 2016

Superstición y culpa



Cuando entré ese día por segunda vez, ya se habían llevado a Bertha la del PCC (Partido Comunista de Cuba) para el hospital. La algarabía en el museo era general, trajeron a unos peritos y a la de la cocina le dio un ataque de asma, que hacía años no le daba, nadie quería pasar para la sala de la Real Academia de Ciencias Físicas y Naturales de La Habana. Había aparecido una brujería en el medio de la sala. Todas las malas personas se la atribuían a sí mismas, entre ellas la del partido, la veladora del museo, la jefa de la biblioteca.  ¡Lo que es el sentimiento de culpa y la superstición!  Yo tenía mi coartada, había llegado después que todo sucediera.
Realmente todo ocurrió así: La noche anterior yo ya estaba en rolos y bata de casa - como dijera mi vecina Ana -, cuando suena el teléfono; del otro lado escucho una voz conocida, la de una amiga y compañera de trabajo, que me dice en tono desesperado - como si yo fuera la última Coca Cola en el desierto - Pi, por favor, ¿quieres ganarte $20 dólares? Niña, cómo tú vas a preguntarle al muerto si quiere sepultura. ¿A quién hay que meterle? A nadie - me dice ya sonriente - y continua diciéndome: Hay que llevar $200 dólares hasta Aguacate.  ¿Adónde?, - le dije yo - ¿a Aguacate?, yo no sé ni dónde está eso. Mira, ven para acá como si fueras para el trabajo que aquí te explico.
Una mula había traído el dinero y nadie quería ir hasta allá, ni ella. Llegué a su casa en un santiamén. Al llegar ya me tenían todas las generales de cómo llegar y a qué hora salía el tren que me llevaría.
Arranqué para la terminal de trenes, desde Nuevo Vedado, y ya el tren estaba al salir. Yo con un miedo, nunca había llevado tanto dinero arriba, eran 220 dólares ya contando los míos, me los metí en el calzoncillo. Al tren subió un elemento “chichipó”, que ni miré.  Salí a las 10:00 pm y llegué a las 02:00 de la madrugada. Cuando bajé del tren, me dije: Mamá qué es esto. Era una ciudad sin luz, como llegar al Siglo de las Luces pero en apagón. Una luz tenue salía de un “Infotur” (buró de información turística, que todavía estoy preguntándome, qué turismo hacer allí)  que estaba abierto y allí mismo me dijeron hacia donde ir. A Elena Aguilera, la conocía todo el pueblo, ya saben en pueblo chiquito…  Llegué al portalito de la casa también sin luz, entré y toqué la puerta. Me abrió la puerta una señora blanca ojerosa de ya cerca de 70 años, a la que su hijo, que se había ido hacía dos años, le mandaba el dinerito. Le pedí su Carnet de Identidad, me firmó un documento y al salir la animé a comprar bombillos para aquella casa con el dinerito. Sonriente, me despidió y volví para la parada del tren que pasó a las 03:00 am; llegando a La Habana a las 06:30.
Claro ya que estaba en la Habana Vieja, me fui directo al museo.  Cuando llegué no eran las 07:00 am, aún estaba la guardia nocturna que me conocía, por lo que me dejó pasar, subí al Departamento u oficina del museo, para llegar a este debía atravesar por un patio, en el que habían canteros con plantas; lo miré y vi que uno de los canteros tenía mucha lengua de vaca, arranqué una para ponerla en una jarrita con agua, como protección, pero al subir las escaleras, me tropecé con un rabo de papalote que terminaba en una cinta naranja. Fue cuando se me ocurrió la maldad. Entré al departamento, dejé mis cosas y me dispuse a ir hasta la Sala de la Real Academia. Tomé la lengua de vaca en mis manos y le amarré la cinta naranja, dejándola en el medio de la sala de la Real Academia. No había llegado nadie. Salí del museo y me fui a ver qué podía desayunar y regresé antes de la 08:00 am y firmé en medio de la algarabía. Para ese entonces ya la guardia que me había visto entrar se había marchado y solo estaba la pobre Teresa, la recepcionista. Cuando supe del asunto solo atiné a decir: Si fuera en yudo...pero en santería no hay brujería con cinta naranja.
Al mediodía, pedí por favor ir para mi casa, porque era yo quien se iba a desmayar, por la mala noche y la emoción matutina, yéndome para mi casa con mis 20 dólares; garantizando el comino, el puré de tomate y el detergente y con ello haciendo la alegría de mi Santa madre.

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