viernes, 4 de noviembre de 2016

Un ángel negro


Cuando llegué a Río de Janeiro, había tenido que dejar atrás tantas cosas y entre ellas, había una que podía recuperar. El primer año no lo conseguí, ni siquiera lo intenté, pero el segundo sí. Así fue como una noche del verano de 2002, salí y me fui a Ipanema, en busca de una librería, donde leyendo una revista HOLA, cierta vez, había escuchado música en vivo. Aquella vez no subí porque estaba acompañado de alguien que no se interesaba por la música; aquellas dependencias iniciales de las que luego uno se va deshaciendo, pero que tan importantes son para iniciar el nuevo camino
Llegué a "Letras y Expresiones", la librería, y esa vez sí subí y para mi sorpresa el lugar estaba solo, con una repertorista al piano, a la que me acerqué y le dije: Yo quiero cantar. A lo que la señora animadísima me respondió: Pues dale que te sigo. Resultó ser de un amor total por la música cubana y por los cubanos. Esa misma noche me convidó a cantar con ella en un Piano-Bar de un hotel de lujo en “Leblón”, barrio chic de la zona Sul de Río de Janeiro. Así emprendí lo que llamo mi “tournée” por los piano-bar de Río de Janeiro . "Alberto de Cuba" me anunciaban y yo salía con mi repertorio donde no faltaba "Qué será de ti" y "Contigo en la distancia", así fui haciendo mis nuevas amistades y descubriendo el mundo de la bohemia Carioca. Esta señora se convirtió en una gran y fiel amiga, en un apoyo total, fue ella quien me sirvió de fiadora, cuando decidí que ya debía asumir mi historia y vivir solo; materializando el sueño de Cuba de tener mi apartamento, aunque fuera alquilado, pero "mi territorio"
Nos contrataron en el piano-bar y continué cantando, solo los domingos, pues lo alternaba con mis clases de español que es realmente a lo que hoy me dedico.
El piano-bar cerraba a la una de la madrugada, lo que me era algo engorroso porque los lunes debía levantarme temprano, ya saben que a eso se le incluyen los tragos las, cervezas y las bebidas alcohólicas en general.
Ese domingo no quería ir, pero no podía dejar de la mano a la pianista y a las 8:00 pm en punto cuando el carro llegó, ya yo estaba listo. Vestía una camisa blanca de hilo y un pantalón vaquero negro. Llevaba mi cadena dorada, donde lo único que era de oro era el crucifijo, que se veía muy bien con la luz del escenario. Terminó el show y el mismo carro nos llevó a cada uno hasta la casa, sólo que al llegar al barrio, por la playa de Flamengo, el chofer debía desviarse para dejarme y luego dejar a otra cantante más que vivía más adelante; le pedí entonces que me dejara afuera y siguiera recto. Era la una de la madrugada y el silencio inundaba la zona, confundiéndose con el olor a mar, las luces de la avenida, hacían resaltar el blanco de mi camisa y mi inocencia cubana de recién llegado a la "ciudad maravillosa" me impedían el acto de pensar que los niños que venían corriendo hacia mí, podían hacerme algún daño y me equivocaba, eran asaltantes. Comenzaron a halarme por la camisa y yo a espantarlos pensando en el juego del chichiricú y cada vez parecían más; de pronto sentí un halón de cuello y ya me habían arrancado la cadena cuando de la nada apareció un taxi, abrió la puerta, me subí, me dejó en mi casa, no quiso cobrarme y no recuerdo que en ningún momento le diera mi dirección, sólo recuerdo la imagen de un hombre fornido de la raza negra, con cara de padre que me sonrió y nunca más lo vi ni supe su nombre.
Al subir al apartamento y comenzar a desvestirme, algo cayó por dentro del pantalón, era el crucifijo de oro, que se había desprendido cuando me robaron la cadena de fantasía.
Ahora al hacer esta historia no puedo más que pensar que fue un ángel, como el de la canción: "Un ángel negro". Por eso con esa canción, - el domingo siguiente -, terminé el último show que di en el piano-bar del Hotel Partenón en la calle Joao Lyra del barrio de “Leblón.
."...pintor si pintas con amor porqué desprecias su color..."

No hay comentarios.: