sábado, 26 de noviembre de 2016

Un antes, un después



Fidel.
Ayer pedí silencio en todos los lugares a los que fui, nada me convenía, la noticia no me había llegado oficialmente, hoy me ha despertado.  Alguien me pidió un escrito y como siempre no sé si lo he logrado.
Es Jesús, decían cuando bajó de la Sierra a la edad de 33 años, la misma edad que el hijo de Dios con su melena, su barba y su crucifijo. Su imagen se mitificó desde el inicio. Las mujeres lo adoraron y de rodillas caían ante él; rodeado de hombres jóvenes, vigorosos, hermosos y blancos. Eran la imagen de los tres reyes magos: Fidel, Camilo y el Che.
El mundo entero cayó a sus pies y aunque fue prohibido el pelo largo dentro de la isla, habían sido ellos los promotores de esta moda que promovió en movimiento “hippie” tan mal visto por algunos. No por gusto tienen como íconos a Bob Marley,  pero también al Che Guevara y la imagen eternizada por Korda.
Una paloma blanca se le posó en el hombro, en pleno discurso y fue el colofón para que se fusionara una vez más la creencia de que era el mesías de Cuba. Obatalá estaba con él, entonces lo amaron los afrocubanos. Venía marcado.
Dicen que a la tercera va la vencida y es esta la tercera vez que recibo la noticia de la muerte de Fidel, las dos primeras, confieso que me emocioné mucho, casualmente estaba comiendo en las dos ocasiones y se me atragantó la comida y eché a llorar como un niño. Busqué dentro de mí un porqué a tal actitud, a tal sentimiento ignorado hasta ese entonces y creo que tuve la respuesta en el recuento que luego le siguió y que trato de explicar a continuación.
Salí de Cuba no por razones políticas ni económicas, salí de Cuba por amor y no porque me estuviera esperando fuera como a muchos si no porque lo había perdido allá y de hecho nunca más lo he encontrado. No había condiciones para establecerse ni tener pareja con el gusto y la proporción que quería.  Salí dejando afectos mil y nunca me pregunté si entre ellos estaba Fidel.
Llegué a Brasil hace 16 años con la conciencia de que estaba en un país extraño, de que era extranjero y siempre lo sería. Había que empezar de cero, había que hacer de tripas corazón para mitigar el dolor de las ausencias, de lo incierto e inseguro de la soledad y la espera y creo que lo logré, pero no lo logré solo; lo logré por las manos amigas, por la gente que amaba a Cuba. Al principio me chocaba que cuando decía de dónde era, lo primero que les salía de los labios era un gran Fidel y era en lo que menos pensaba, pero luego pensando y pensando caí en cuenta de que la cara de Cuba era Fidel y que los cubanos de mi generación somos diferentes por él. Nos miran de otro modo y es envidiable nuestra posición ante los latinos o hispano-parlantes que viven en Brasil. Que somos lindos, sí lo somos, el mestizaje de razas que cargamos nos dio un abanico de colores y tonos que no solo se expresa en el físico, se expresa en nuestro modo de vivir y de ver las cosas y así pasa a las artes, a las ciencias, a los deportes. 
Pero también somos arrogantes y destemidos, y trabajamos y conseguimos y mantenemos a nuestra familia y miramos de frente y decimos las verdades en la cara.  Llevamos en el subconsciente los tantos atentados que trataron de hacerle y con él no pudieron, como no pueden con nosotros.  Heredamos el don de la palabra por los tantos discursos a que fuimos sometidos durante años y disfrutamos mucho más porque un día supimos hacerlo con muy poco. Somos incansables porque un día a los 11 años nos vimos en un surco con una guataca, cosechando lo que comíamos en casa.
Volamos alto porque nos dieron alas y luego nos las quisieron cortar y actuamos con la misma rebeldía que nos impregnaron ellos que fueron jóvenes rebeldes. Supe esto desde la escuela cuando los hijos de los altos dignatarios del gobierno eran los más indisciplinados y no me daba cuenta que era su ADN, sus padres también lo habían sido y se fueron a la Sierra Maestra. Luego sus hijos se enfrentaron a ellos yéndose del país.
Desde siempre fuimos la mira de todos. En 1902 la comisión norteamericana encabezada por Jessie Lazear fue a Cuba a saber del  descubrimiento de Finlay sobre el mosquito y la fiebre amarilla y cuando supieron del valor de dicha investigación se adjudicaron los derechos.
Con el advenimiento de la Revolución y la salida de muchos músicos de los países, tanto cubanos como extranjeros, entre ellos puertorriqueños que estaban en la isla por razones de estudio o de trabajo, comenzaron a hacer la música cubana fuera y le pusieron el nombre de “Salsa”. Con esto trataban de borrar un pasado y una tradición musical que nos caracteriza.
Pero nada de eso nos hizo decaer y el reconocimiento universal pronto llegó, como llegó aquel día de enero que marcó una nueva era. La era de Fidel.
Un antes y un después.

26/11/16

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