lunes, 7 de noviembre de 2016

Ellos nunca se van (A la memoria de Farrah, mi primera mascota)


Nunca se van.
Hoy supe de la ida de la mascota de una amiga, María la llamaban y le di mis pésames diciéndole que ya tenía un ángel velando por ella, y mirándolo así parece una frase hecha y no lo es, es algo que me salió del alma y del recuerdo de una experiencia similar.
Era 1982, último año de Pre-universitario; siempre me senté en la primera fila, para atender y entender mejor, pues no tendría que estudiar para los exámenes, a mi lado se sentaba el muchacho más alto del aula, que aunque no muy agraciado, llamaba la atención.  Siempre quise tener un perrito pekinés para dárselo a mi mamá, que  con frecuencia me hablaba de una perrita que había tenido la vecina de enfrente.
Había una muchacha en el aula que tenía una perrita de esa raza, y por alguna razón quería deshacerse de su mascota; dando la casualidad de que se enamoró de mi compañero de clases y me pidió sentarse a su lado, a cambio de eso, me daría la perrita y yo accedí.  Terminó el curso y a la hora de cumplir la parte de su trato, le regaló ante mis ojos la perrita a una muchacha ajena al grupo, novia de un amigo común, recuerdo que era esta alta y tiposa, rubia y parecía de buena familia, algo que nada tiene que ver con el amor a un animal de estimación. Y yo me quedé en el aire, prometiéndome nunca más mirarle la cara y así lo he cumplido hasta el sol de hoy.  Ella finalmente conquistó al muchacho y un buen día supe que él que se había ahorcado en la reja del propio Pre-universitario.  En ese entonces ya estudiaba una ingeniería en la CUJAE.
En septiembre de 1982, entré en la Escuela de Museología y allí conocí a una muchacha que la perrita le había parido y me regaló a Farrah, en 1983, fue esta mi primera mascota, era poddle negra y mal geniosa, tenía locura conmigo, comía de todo menos fríjoles y plátano, fue por eso que en el año ’93, al llegar el momento más crítico del mal llamado “período especial” y digo así, porque las cosas especiales también son sinónimo de buenas y esta era todo lo contrario. Farrah, - a pesar de mis interminables colas en Coppelia para comprar helado - comenzó a debilitarse; recuerden que en aquel entonces sólo teníamos para comer lo único que ella no comía: fríjoles y plátanos y se me murió en noviembre de 1993. Ya no recordaba cómo se lloraba, pues la última vez fue cuando quise entrar en la beca y fue en 1976. Llegué a casa y ya la habían “enterrado” en el patio de la propia vecina de enfrente, la dueña de la pequinesa; algo que nunca creí, pero ya qué más daba, no estaba y punto. El dolor fue inmenso. Años más tarde, vi a mi abuelo en sueños, lanzándola al río en una bolsa, pero hasta el sol de hoy todos los miembros de mi familia lo niegan.  Fue luto total, y no voy a hablar más de eso porque vuelvo a sentirlo.
En el año 2000, antes de salir de Cuba, me hice una intervención quirúrgica,  en el Hospital Ameijeiras. Salí del salón y me llevaron al cuarto, bajo el efecto de la anestesia general. El ventanal tenía vista al parque Maceo y por ende al mar. La luz me dio y el sonido de un llanto lejano que fue acercándose más, me fue despertando y al abrir los ojos; a quién tenía reposando en mi regazo encima de la operación. No lo creí.
Era Farrita que me estuvo cuidado todo el tiempo y en ese momento supe que ellos nunca nos abandonan.  En respuesta a este episodio, tengo a Luxo que es macho, y que es del mismo color, raza y porte y así  evito peleas entre ellos. Esto me dio la certeza de que ellos nunca se van.



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