Nunca se van.
Hoy supe de la ida de la mascota de una
amiga, María la llamaban y le di mis pésames diciéndole que ya tenía un ángel
velando por ella, y mirándolo así parece una frase hecha y no lo es, es algo
que me salió del alma y del recuerdo de una experiencia similar.
Era 1982, último año de
Pre-universitario; siempre me senté en la primera fila, para atender y entender
mejor, pues no tendría que estudiar para los exámenes, a mi lado se sentaba el muchacho
más alto del aula, que aunque no muy agraciado, llamaba la atención. Siempre quise tener un perrito pekinés para
dárselo a mi mamá, que con frecuencia me
hablaba de una perrita que había tenido la vecina de enfrente.
Había una muchacha en el aula que tenía
una perrita de esa raza, y por alguna razón quería deshacerse de su mascota;
dando la casualidad de que se enamoró de mi compañero de clases y me pidió sentarse
a su lado, a cambio de eso, me daría la perrita y yo accedí. Terminó el curso y a la hora de cumplir
la parte de su trato, le regaló ante mis ojos la perrita a una muchacha ajena
al grupo, novia de un amigo común, recuerdo que era esta alta y tiposa, rubia
y parecía de buena familia, algo que nada tiene que ver con el amor a un animal
de estimación. Y yo me quedé en el aire, prometiéndome nunca más mirarle la cara y
así lo he cumplido hasta el sol de hoy.
Ella finalmente conquistó al muchacho y un buen día supe que él que se había
ahorcado en la reja del propio Pre-universitario. En ese entonces ya estudiaba una ingeniería
en la CUJAE.
En septiembre de 1982, entré en la
Escuela de Museología y allí conocí a una muchacha que la perrita le había
parido y me regaló a Farrah, en 1983, fue esta mi primera mascota, era poddle
negra y mal geniosa, tenía locura conmigo, comía de todo menos fríjoles y plátano,
fue por eso que en el año ’93, al llegar el momento más crítico del mal llamado
“período especial” y digo así, porque las cosas especiales también son
sinónimo de buenas y esta era todo lo contrario. Farrah, - a pesar de mis
interminables colas en Coppelia para comprar helado - comenzó a debilitarse;
recuerden que en aquel entonces sólo teníamos para comer lo único que ella no
comía: fríjoles y plátanos y se me murió en noviembre de 1993. Ya no recordaba
cómo se lloraba, pues la última vez fue cuando quise entrar en la beca y fue en
1976. Llegué a casa y ya la habían “enterrado” en el patio de la propia vecina
de enfrente, la dueña de la pequinesa; algo que nunca creí, pero ya qué más
daba, no estaba y punto. El dolor fue inmenso. Años más tarde, vi a mi abuelo
en sueños, lanzándola al río en una bolsa, pero hasta el sol de hoy todos los
miembros de mi familia lo niegan. Fue
luto total, y no voy a hablar más de eso porque vuelvo a sentirlo.
En el año 2000, antes de salir de Cuba,
me hice una intervención quirúrgica, en
el Hospital Ameijeiras. Salí del salón y me llevaron al cuarto, bajo el efecto
de la anestesia general. El ventanal tenía vista al parque Maceo y por ende al
mar. La luz me dio y el sonido de un llanto lejano que fue acercándose más, me
fue despertando y al abrir los ojos; a quién tenía reposando en mi regazo encima de la operación. No lo creí.
Era Farrita que me estuvo cuidado todo
el tiempo y en ese momento supe que ellos nunca nos abandonan. En respuesta a este episodio, tengo a Luxo que
es macho, y que es del mismo color, raza y porte y así evito peleas entre ellos. Esto me dio la certeza
de que ellos nunca se van.
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