viernes, 4 de noviembre de 2016

Nostalgias


Horrible eso de querer comer algo y no poder, sé que es casi imposible, sé que es un trauma de aquella primera juventud, en la que tanto se nos negó; en la que tanto tuvimos. La casa llena; qué lujo, la hora del desayuno, luego la hora de la comida, en verano dormir, era una osadía; imaginar los colores de las películas o las caras de los cantantes que nunca podríamos conocer. Cuánta ilusión "La cera vírgen" o "La vida sigue igual", todo era tan simple e inocente, nos conformábamos; no teníamos otra opción. Todo lo de "afuera", era noticia. El timbre largo era del Norte, y las cartas demoraban tres meses. Las fotos de los que se fueron eran hermosas y las familias, se unían para verlas y los vecinos acudían, con curiosidad y con orgullo. Los que se quedaron mostraban lo bien que estaban. Mira a Dalia, no se conoce , se pintó el pelo y se puso los dientes, y Tato, el marido, gordísimo; cómo cambia la gente cuando se va. Y así nos fue pasando el tiempo, hasta que nos llegó la hora del viaje a lo incierto, a lo desconocido, al otro mundo, a la tierra prometida en las cartas, en los caracoles, en el itá de Orula, en el Itá del santo. - Usted se va en la primera y no mire pa atrás - decían los consultantes - y un frío recorría el espinazo. Cómo voy a estar yo sin mi mamá, cómo vivo sin mi aire, cómo mirar otro cielo y venía la incertidumbre y la pregunta de cuándo volveré. Y entre tanto, se fueron yendo los amigos, los amores, y con ellos las esperanzas de vivir sin futuro, sin saber que el futuro está a cada paso, en cada pensamiento y mirada, y las cosas pasan, nada por gusto todo tiene un porqué y un por cuánto. Vete que tu madre se las arregla, dale, dale. Y así me fui contenido, y rabioso, pelado al cero en señal de protesta y la cura fue de caballo nueve largos años sin volver, y cuando lo logré, parecía un ET, entre tanta gente de la que yo ya no formaba parte y me decían lo mismo: Cómo has cambiado, qué bien estás, el mismo disco, el mismo carroussell y aquí me ven ahora batiéndome con el refrigerador atestado de comida; y el dolor de la ausencia y los rostros de los que vi y ya no veo y de los que no veré jamás.

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