domingo, 13 de noviembre de 2016

La verdad escondida.



A la derecha estaba la barbería y enfrente vendian coquito.

Corría el año 1993, pleno período especial, que de especial no tenía nada, al contrario, especial es este en el que estoy hoy. Pues bien, en medio de tanta insatisfacción gastronómica, apareció una pareja de ancianitos en la calle Teniente Rey o Brasil entre Cuba y San Ignacio que vendía "coquitos confitados"












Para allá íbamos todos y comprábamos coquitos y nos empalagábamos resolviendo la dura situación. En un momento me paré a preguntarme, primero: de dónde sacaban los cocos los ancianitos y luego con qué fuerza lo rompían y luego rallaban. Uno llegaba a esa casita humilde de la Habana Vieja y no había ni sombra de coco, y seguía yo con la duda. También sabía que el coco era un producto muy procurado en la religión yoruba que en aquellos tiempos proliferó y su precio no era barato, lo que no concordaba con el valor de la golosina.





La barbería donde me pelaba estaba frente a la casita y mira que yo miraba para ver movimiento de entrada de cocos, y nada.  Pero como dice el dicho: "hay ojos que tumban cocos". Un buen día llegué a deshora y finalmente pude salir de dudas. Los sorprendí en plena faena, la puerta estaba entreabierta y me adentré; sé que me sintieron, pero con la lentitud de su ancianidad, no pudieron, moverse. Estaban con el verdadero producto en la mano. 










Me miraron suplicantes con sus ojitos ya vidriados por los años, como implorando que no los delatara y al final no lo hice, al contrario, seguí comprándoles más y hasta les llevaba nuevos clientes. Total, sabía a coco, aunque era nabo.

030116

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