jueves, 3 de noviembre de 2016

La Merced y yo.




Era el año 81, se cumplía el plazo, al terminar el preuniversitario, debía irme para el Servicio Militar Obligatorio (SMO), el gobierno cubano la había cogido esa vez con lo del internacionalismo proletario y estaban mandando a “malanga y a su puesto de vianda” para la primera guerra que apareciera; una vez oí que “para pagar la deuda con África, argumento que me parece escaso porque luego de ver a los turistas de España e Italia enamorarse y llevarse para sus países, en plan de esposos y esposas, a cuanto negro, negra, mulata , mulato, jabao y jabá, bellos o no ; pienso que esa es una idónea forma de pagar la deuda con África y no mandando a jóvenes tiernos a exponerse en una guerra que no les corresponde, para morir, herirse, mutilarse o regresar trastornado de la cabeza. 
Iniciaba una amistad con dos grandes amigos, - que hoy somos como hermanos, sin quitar que lo somos de Orula, porque somos ahijados del mismo padrino - que ya habían pasado por la delicada edad militar sin pasar por el susodicho servicio militar y un buen día ya con más confianza, les pregunté cómo se habían librado y ellos me dieron la receta, comprometiéndome en mis cortos 16 años a no decir nada de su “secreto anti-militar”.
Debía antes que nada buscar ropa del cupón, unas botas sucias y no pelarme hasta que me llamaran, marcar una consulta con un clínico e iniciar una historia clínica. Se acercaba el día de mis 17 años, edad en la que me llamarían por primera vez y así fue. En septiembre del 1981, me llegó la primera citación militar. Recuerdo el momento con una mezcla de odio y nerviosismo; ellos no podían captarme. Entre tanto marqué la consulta con el clínico y me aprendí lo que debía decirles: Oigo voces, me despierto en la madrugada, tengo miedo a dormirme, me persiguen y me escondo detrás de las columnas para que no me vean. Debía ser todo muy bien hilvanado en el preciso momento y así fue; el clínico me remitió a siquiatría y ya empezaba a correr el plan, mientras mi pelo crecía y la ropa del personaje se conservaba en “el camerino” ; era una camisa de láster azul, comprada en las tiendas populares y un pantalón carmelita (marrón) con el dobladillo roto, los zapatos eran las mismas botas Centauro que llevaba a la escuela al campo y con ese atuendo tenía montado mi personaje. 
Fue entonces que se me ocurrió pedirle a la vírgen y a cuál mejor que a La Merced, ella la de la Paz, la de las llaves del presidio y me arrodillé ante ella en su iglesia de la Calle Cuba y Merced y le prometí que si me sacaba de esa iría todos los 24 de septiembre de blanco a su iglesia. Ese primer año de 1981 inicié mi peregrinación hasta su altar, con ella mi veneración.
Ya estaba preparado para mi guerra, podían llamarme del comité militar y me llamaron como es normal. Aparecí con mi personaje y una incipiente historia clínica de siquiatría, que entregué ante la mirada desconfiada de los militares, yo como si nada con la mirada perdida y andar taciturno, me retiré del lugar. 
Pasaron dos años y no me llamaron más, pero continué yendo a mis consultas de siquiatría, me agencié de un amigo que estudiaba medicina para descubrir lo efectos de la Cloropromazina, medicamento que me era recetado, que formaba parte de mi libreto. 
Un médico amigo cardiólogo de la familia y al cual mucho agradezco, me puso que tenía un soplo de corazón, algo más para el caldero.
Terminado el Pre-universitario, entré en la escuela de Museología y un buen día, en plena guerra de Angola, recibí el llamado; “mamá por Dios” a incorporar el personaje nuevamente.
Esa mañana saqué mi atuendo, coherente a mi situación siquiátrica y me fui a pie al encuentro de mi desafío. Llegué esta vez con pelusas de almohada en la cabeza y con una historia clínica “de aquí te espero”, que rebasaba las 50 páginas. Era el día decisivo y estaba con todo. En casa me había hecho mis cruces de cascarilla en los piés y había dejado encendido a Olokku y Elegguá, mis primeros santicos que ya me acompañaban desde ese entonces, salí con la bendición de mi madre Santa y con todas las fuerzas del mundo para vencer.
Llegué, me llamaron por mi nombre y me hicieron desnudarme delante de otros que ya lo estaban, me chequearon físicamente, el médico me dio apto en lo que otro médico, leía la historia cínica. Al terminar este me miró y miró a los demás miembros de la comisión y con tono desagradable dijo: Tenemos que ver porque este es el segundo caso en el día de hoy; este joven NO ESTÁ APTO, para pasar el Servicio Militar Obligatorio y con ojos encendidos me mandó a retirar.
Ya por el camino iba quitándome la camisa azul de láster azul quedándome con un pull-over blanco. Antes de llegar a casa pasé por el mercado libre campesino de la Vírgen del Camino, compré flores, crisantemos y mariposas. Llegué a casa y me dí un baño de flores blancas, cascarilla y perfume. Era 23 de septiembre, al día siguiente era su día, era día de la Merced.
Amanecí de blanco y con un ramo de Mariposas me encaminé a la iglesia y ante la virgen le agradecí, como le había prometido, por eso hoy, pasados 35 años, la sigo venerando y aunque no la puedo visitar, me cierro con su color y salgo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Todo lo circunscribo a una sola palabra: GENIAL

Unknown dijo...

Eres unico, tienes un desdoblé de literatura y cubania que es asombroso.