Cuando sonó el teléfono, sabía que no
era buena la noticia. Atendí de blanco, como me mantuve todo el año 1998,
después de haberme iniciado en la Osha, a solo cinco meses de la muerte de mi
padre. Hice el luto de blanco, de “iyawo”, y así fui a trabajar, ya en esa
época, era especialista del museo y el respeto a los tantos años de trabajo y a
lo que recién había pasado, no me impidieron el usar ropa blanca todo el año.
Atendí el teléfono y era mi hermano. Una
vez más lo reprobaban en la escuela que él quería. Sabía que era difícil, pero ya
era la tercera vez, y a la tercera va la vencida. Guardaba un nombre que me
había dado mi amiga Magdalena, de siempre, la que resolvía esas
situaciones (ver “Maferefun mis santos…”).
Fui y hablé con mi jefe, debía salir
urgente a resolver ese asunto que me preocupaba; mi hermano estaba en la
edad de estudiar y no podía permanecer en la calle. Papá no estaba, pero me había dejado su
legado; él todo lo resolvía y yo lo llevaba en el ADN. Llegué a la escuela y pregunté por el nombre,
me echaron un cubo de agua cuando me dijeron que esa persona ya no trabajaba ahí
y me secó una voz que dijo, pero ella está al doblar en la otra puerta. Llegué
y pregunté por Silvia Duero, diciendo
que era de parte de la Doctora Magdalena Luján. Me sentaron en un lugar, casi
de lujo para los cánones cubanos, me trajeron agua, jugo y café. Llegó ella,
una mujer, madura y jovial, que al mencionar aquel nombre sólo me dijo espera
un momento, levantó el auricular, habló y al soltarlo, me ordenó: levántate,
pasa esa cortina, abre la puerta y baja las escaleras, a la izquierda dobla y
hay otra puerta, ahí alguien te espera. Siguiendo todos los pasos, en la puerta ya me esperaba
una señora ya mayor que me dijo: Que bueno que los padres se ocupen de los
hijos estudiantes. A lo que respondí: no es mi hijo, es mi hermano, menor que yo. Hace un año nos quedamos sin padre.
Dándome los pésames, le agradecí y ella misma me llevó a la dirección de la
escuela. Al llegar me senté y me dijo: el director ya te atiende.
No había reparado en la sala, cuando
comienzo a pasear mi vista por el mobiliario, como todo museólogo, el detalle
de los ambientes me atrae.
De pronto choco la vista con un cuadro con
el retrato de una niña, pero no era una niña cualquiera, era la hija de un
amigo, era una niña que Magdalena había ayudado a nacer, que fui yo el primero
que la cargó cuando salió del cunero.
Dios qué nervioso me puse. ¿Qué
hacía ahí mi niña? Sabía quién era el
padre y toda la familia. Uno de sus tíos estudió conmigo y el otro tuvo una
relación de pareja con Magda por eso atendió el parto y el embarazo de su
madre.
Inmerso en ese pensamiento, siento los
pasos de alguien acercándose y al levantar la cabeza, un señor alto mulato, de
mediana edad, me saludó presentándose como el director de la escuela. Primero me mandó a sentar, luego a hablar,
interpelándome acerca del motivo de mi visita.
Le expliqué sobre la reprobación de mi hermano en tres ocasiones y mi
preocupación por esto, siendo que era yo quién lo preparaba para los exámenes y
lo hacía con todo. Me preguntó el nombre completo de mi hermano, y se levantó
del sillón desde el cual me estaba entrevistando. Al levantarse quise saber sobre la niña y era la hija de su secretaria, asentí feliz, por salir de mi asombro, diciéndole que éramos como familia, pero algo más sucedería, un lazo mayor. Lo seguí con la vista hasta que desapareció. De
pronto un frío y un temblor se apoderaron de mí y al volver a mirar hacia el sillón, una imagen me asaltó, otra persona sentada en él, fue aclarándose mi visión y conseguí vislumbrar
la figura de mi padre, sonriente, mirándome.
Solo atiné a balbucear: Papá. La voz
del Director me sorprendió regresando, haciendo aparición con el examen de mi hermano en sus
manos. Caminando aun, sin mirarme, me
dijo: En el año ’67 yo trabajé con un profesor que llevaba este apellido,
llamado Rogelio Pijuán. Era mi padre,- interrumpí - que acaba de fallecer y de no
haber sido así, sería él quien estuviera aquí - sin hacerle saber que sí estaba,
bien detrás de él - Aquí en este examen, - continuó - su hermano salió bien. Solo hay una observación, acerca del
vestuario. Dígale a su hermano que
vuelva el lunes, bien vestido, pero él ya está matriculado. Muchas gracias, me despedí y en septiembre de 1999, mi hermano
Alexis Pjiuán formaba parte del alumnado de la escuela que él tanto ansiaba, de la cual se graduó.
No le faltó al director de la escuela, cada “Día de los padres”, un especial regalo, en nombre de Papá.
No le faltó al director de la escuela, cada “Día de los padres”, un especial regalo, en nombre de Papá.
2 comentarios:
Un abrazo, solidario, comprensible y harmanado. En situaciones similares yo impulsé a mi hermana menor, por causas semejantes y hoy es Directora de un banco.
Besos
Así es. Ese es el mejor homenaje qué podemos darles. Nadie los sustituye.
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