martes, 8 de noviembre de 2016

La paz y la esperanza (A la memoria de mi abuela Esperanza Valdez Sánchez)


Nunca se supo quién era el padre, ni tan siquiera apareció nadie por ahí con las profundas cicatrices que debía haberle ocasionado el aceite hirviendo que le lanzó sobre el rostro al aparecerse luego de más de nueve meses. El niño ya había nacido, pero ella se juró que él no lo vería. Demasiado dolor, demasiada injuria, en una época en que la mujer no era más que un paño de piso y a sus 17 años lo crió y lo hizo el hombre que fue. Comenzó por limpiar casas, llevando la cantina de su almuerzo para su madre que enferma la esperaba, revolcándose las bilis, caminaba kilómetros desde Miramar hasta la calle Cádiz en el Cerro. Llegó a ser dama de compañía, luego de ser acusada injustamente de la pérdida de una valiosa joya que más tarde apareció en la propia casa. Contaba ya con 20 años y una belleza exuberante que no tardó en enamorar a aquel hombre que fue más que su esperanza, fue su amor, su eterna paz.
120216

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