sábado, 19 de noviembre de 2016

Tú tranquila y yo nerviosa



Me levantó la algarabía, que de pronto se convirtió en escándalo; luego supe qué había sucedido. Nadie hablaba nada, parecía cosa de otro mundo, y lo era, a ella le habían dado tilo, pues se había desmayado en la escalera. La nieta decía: no pasó nada, nada; "tú tranquila y yo nerviosa" y la abuela convulsionaba, los ojos vidriados. La espiritista de enfrente llegó toda de blanco con un polvo blanco, después se supo que era cascarilla de la propia cáscara de huevo secada al sol y pasada por la batidora.
Carmen, Carmen, gritaban los de al lado y ella no volvía en sí. Yo asombrado, pues hacía sólo dos días que había llegado a La Habana. Carmen siempre fue muy serena. Ni en el '80 cuando le tiraron huevos por quererse ir.  Ella con toda ecuanimidad puso una cazuela y cuando se cansaron de tirarle las posturas, hizo una tremenda tortilla, porque no la dejaban salir de casa y al final la lancha no llegó, o llegó pero se la llenaron de gente ajena; y se quedó. Pero esta vez se pasaron, ya a sus años no soportó que al colocar el pen-drive en su equipo con el "paquete semanal" y así continuar viendo su novela mexicana "Bajo el mismo cielo", en su capítulo 44, le apareciera la mesa redonda.
Una maldad muy grande, no lo soportó y colapsó.
Luz para su espíritu. Una mujer luchadora que vendió hasta duro-frío de fresa, aunque se supo luego que eran de rojo aseptil. Pero le curó la úlcera a Genaro y eso la salvó. Fue testigo de Jehová pa irse del país, después de botar los santos, luego los recogió y siguió en la santería.
Y al final se fue como Matías Pérez. Dios la tenga en su lugar.

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