jueves, 3 de noviembre de 2016

La mota.


Siempre tuve el hábito de entalcarme después del baño, hábito que heredé de mi abuela Esther, Guasasa como yo le decía; era muy cómico verla salir del baño toda blanca, como empanizada, trasluciendo el color ébano de su piel. No sé porque a las "personas de color", les gusta tanto el talco, creo que se les nota más.  Como les decía, era un hábito que perdí en la adolescencia al becarme y que no asumí más hasta ahora. No porque quise si no porque no había talco. Llegando a Brasil y tan pronto pude me compré mi talco “Jonhson & Jonhson”, con lanolina y no sé cuantas propiedades más y fue de nuevo un placer ya olvidado y que conseguí recuperar. Al talco lo preparé – por supuesto - con su cascarilla y su canela, sin dejar la tradición afrocubana a la que hago honor, pero me faltaba algo: una mota. Dónde conseguía una, cómo se llamaba en portugués, recorrí todas las farmacias y no la veía, hasta que un día ya luego de pasado bastante tiempo – dígamos, hace 15 días - entré a una farmacia y ya con más dominio del idioma me atreví una vez más a pedir la tan ansiada mota y tampoco; esta vez pedí un aplicador de talco y nada, fue cuando otra dependienta me vio y me preguntó y le expliqué ; de esta vez tenía que acertar, ella me llevó al lugar preciso y con alegría y voz inocente me dijo aquí, señalando hacia todas las motas agrupadas por colores, azul, rosadas y para mayor detalle, sólo había una amarilla, que como buen hijo de Ochún percibí al instante. Cuando la dependiente me preguntó sonriente,: Menina o menino (en portugués, hembra o varón) y con asombro y jocosidad le respondí: Eu (Yo). Así en la sección infantil conseguí mi mota amarilla, la misma que acompaña ese espectacular talco de lavanda de la foto.

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