jueves, 3 de noviembre de 2016

Lo propio del café

Con el pasar de los años he ido entendiendo a mis mayores, cuando clamaban desesperadamente por una taza de café. No fue hasta hace dos fines de semana, que amanecí sin el elíxir exquisito y me torturó el aroma estelar, del recién hecho café del vecino, fue cuando me percaté de que ya estaba dependiente de él. El dolor de cabeza comenzaba, fui corriendo a tomarme la presión y estaba más bien baja, no podía explicar qué me pasaba; a mí nunca me duele la cabeza. Me cayó la ficha, acordándome de mis abuelos - en particular mis abuelas - con sus jaquecas interminables, hasta que no probaban un buchito de café. Me vino a la mente la sonrisa inmensa de Bola de Nieve cuando cantaba Mamá Inés. Con sublime sutileza, me dirigí al cuarto, abrí la gaveta y cogí la cartera, la llave ya estaba en la puerta, abrí, salí al corredor aún inundado del perfume matutino, y a ciegas me encaminé al mercado al que entré casi chocando contra el estante, miré todas las marcas y por supuesto escogí "Pilão" (Pilón), en honor a mi abuelo Rogelio - que En Paz Descanse - que así llamaba a un sobrino que tenía muchos hijos y se aparecía de sopetón con todos en nuestra casa de Luyanó, - como se solía hacer antes, cuando no había cómo avisar -, pero siempre llevaba esta marca de café. Después no la pudo llevar más, y recuerdo a mi abuela yendo disimuladamente al vecino a que le prestara una cucharadita para brindarles, hasta que no fueron más y todos se separaron; porque el café une sí: a la familia, a los vecinos, a los desconocidos, que se convierten en amigos, a los amigos y hasta a los enemigos.
Tomé el paquete entre mis manos, como quien coge una joya rara, fui a la caja, pagué y al son de "ay mamá Inés, ay mamá Ines, todos los negros tomamos café", me hice mi café, reconociendo con orgullo una vez más, de dónde vengo, de quién vengo y quién soy.

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